Autor: Ignacio Alvarez Ossorio e Ignacio Gutiérrez de Terán
Editorial: Editorial Península
Fecha: 2022
Páginas: 232

Qatar 2022, ¿Oportunidad o castigo?

A través de la historia y la actualidad de Qatar, Ossorio y Terán relatan los malabarismos que ha tenido que hacer el pequeño país dentro y fuera de sus fronteras para salvaguardar sus intereses y proyectarse como una potencia emergente. El mundial de fútbol es solo un esfuerzo más, pero podría acabar con su buena racha.
Jaime Colebrook Carrasco
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¿Qué tienen en común la Expo de 2020, el GP de Fórmula 1 o el Mundial de Fútbol de este año? Todos estos acontecimientos se han celebrado o celebrarán en petromonarquías del Golfo. Y no es casualidad. Responden a la tendencia de que Estados del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo (CCG) compiten por la hegemonía regional y pretenden situar a sus ciudades en el mapa. Sin embargo, el caso de Qatar, el primer país árabe en celebrar un evento de tal magnitud, llama la atención porque es desde hace décadas objeto de miradas recelosas de sus vecinos y porque en su política exterior sostiene un variopinto entramado de elementos: desde medios de comunicación, energía, fondos de inversión hasta el apoyo político hacia actores desestabilizadores en la región.

El libro de Álvarez Ossorio y Gutiérrez de Terán no podía llegar en mejor momento, con el incipiente comienzo del Mundial de Fútbol de 2022, para cubrir las carencias de conocimiento sobre este país del Golfo, del tamaño de la región de Murcia, que dobla el PIB per cápita español y no tiene ningún tipo de tradición futbolística. Su capital Doha, una auténtica ciudad-Estado que alberga el 80% de la población, será sede del evento deportivo del año, que ya acumula serias iniciativas de boicot. Esto no es cubierto en detalle hasta el final del libro aunque, para entonces, con este repaso por la suerte del país no sorprenderá a nadie que Qatar haya también logrado ser el anfitrión.

Como suele suceder, la conversación en torno a estos mega eventos trasciende los resultados de los partidos y el deporte, apuntando a valores y estrategias nacionales más amplias. Qatar. La perla del Golfo sigue la línea sucesoria de la familia real Al Thani y detalla las profundas transiciones de un país que ha conseguido situarse a la vanguardia urbana manteniendo unas ajustadas tradiciones. Sus autores logran hacerlo con tal cuidado que se podría extraer cada capítulo y leerse por separado, creando en conjunto una gran tesis que toca todos los ejes de la actual geopolítica de Qatar.

 

Del comercio de perlas a gigante gasístico

Qatar le debe la mayor parte de su prosperidad económica a su riqueza gasística, que sostiene su economía y constituye la columna vertebral de su “poder blando”. El pasado humilde de sus habitantes, que se dedicaban principalmente al comercio de perlas, aún pervive en la memoria colectiva. Hoy, el tercer productor de gas mundial y el principal productor de gas licuado no se conforma únicamente con esta fuente de ingresos. Su Visión 2030 demuestra su compromiso por diversificar la economía y su apuesta por las energías renovables, una mirada hacia el futuro poco convencional para un país ultra-dependiente de este recurso.

Las ramificaciones de su “poder blando” las podemos encontrar en la cadena panárabe Al Jazeera que, con una inversión relativamente pequeña, le ha brindado al país una enorme reputación. Los ejemplos de su influencia desfilan a lo largo del libro. Entre ellos destacan la aerolínea Qatar Airways, las apuestas por la economía del conocimiento y su fondo soberano, el Qatar Investment Authority (QIA). Este último tiene la misión de crear un robusto colchón económico que contribuya a diversificar su economía y ligar la fortuna qatarí a varios proyectos en el extranjero, garantizando la independencia financiera y política del emirato. El brazo financiero de Qatar cuenta incluso con participaciones en firmas de lujo, clubes de fútbol como el PSG y alcanza a sociedades españolas como Iberdrola o el Grupo Prisa. Todo ello le ha otorgado al país del Golfo el reconocimiento de inversor de alto perfil.

 

El delicado equilibrio nacional e internacional

Situado en un punto estratégico, Qatar siempre ha corrido el riesgo de ser invadido. Por ello, siempre ha estimulado la diplomacia y se ha procurado alianzas con potencias extranjeras. Primero, fueron los británicos quienes mantenían la seguridad en la región a cambio de ventajas comerciales. Luego, a partir de 1945, Estados Unidos tomó el relevo y consiguió beneficiarse de bases militares como la de Al Udeid. La adopción del wahabismo también se produjo, en parte, para no ser absorbido por la hegemónica Arabia Saudí, aunque fuera en una variante más abierta en contacto con otras culturas: el llamado “wahabismo del mar”.

Una transformación tan vertiginosa ha requerido un equilibrio de intereses, también internos. A pesar de la supuesta problemática dependencia de los recursos naturales o la “paradoja de la abundancia”, en el caso qatarí el maná gasístico y un par de reformas políticas más bien cosméticas le ha permitido granjearse fuertes apoyos entre la población y construir un férreo contrato y confianza social, al menos entre los nacionales qataríes que corresponden a tan solo un 12.5% de la población.

La Primavera Árabe tampoco supuso un problema trascendental para Qatar. Con una composición demográfica privilegiada, su riqueza le permitió, a diferencia de países vecinos con fuertes fisuras tribales, blindar el poder autoritario y centrar sus esfuerzos en sus vecinos. Apostó, sin embargo, por impulsar las voces de la oposición en varios países de Oriente Próximo y el Norte de África. Es el caso de grupos islamistas como los Hermanos Musulmanes, cuyo apoyo le ha aproximado a socios como Turquía. Esto, sumado a un fuerte patrocinio de Hamás en Palestina y un coqueteo prolongado con Irán debido a que comparten espacios gasísticos y comerciales, le ha conducido a una política exterior compleja y equidistante, ampliamente criticada por sus vecinos del CCG y por otras potencias extranjeras.

Su persecución exitosa del “poder blando” posicionó al emirato como una amenaza regional y le granjeó un bloqueo regional por parte del llamado “cuarteto árabe” que duró desde 2017 hasta 2021. Lo cierto es que Qatar se ha buscado las vueltas para suavizar el “poder duro” de sus vecinos. Su no alineamiento y postura de mediador en conflictos internacionales le ha ayudado a hacerlo. De hecho, como Álvarez Ossorio ha comentado en una entrevista recientemente, “la campaña del desprestigio del Mundial ha podido estar encabezada perfectamente por sus vecinos del CCG”.

 

El Mundial de Fútbol y la sombra de la esclavitud

Ossorio y Terán aluden a cómo el pragmatismo y el reformismo de Qatar dudosamente pueden sobreponerse a las prioridades de un régimen claramente autoritario con un statu quo tan definido. Aunque los trabajadores extranjeros han sido indispensables para el crecimiento económico, el alto PIB per cápita no es más que un espejismo de su situación real. El aparato de censura no ha conseguido ocultar a la mirada pública las jornadas intensivas o las severas condiciones de trabajo a las que son sometidos. El número de fallecimientos durante las preparaciones, estimado en 6.500 —cifras ampliamente contestadas por las autoridades qataríes— atormenta el inicio del mundial.

No está muy claro de qué manera podrá el gobierno de Qatar desviar la atención de estas controversias que han resucitado los viejos fantasmas del esclavismo. Por lo pronto, una revisión legal del sistema kafala, regulando horarios, salarios y vacaciones sumados a propuestas de donaciones y reutilización de infraestructura a países en desarrollo —como solución a los “elefantes blancos” que suelen dejar estos fenómenos— parecen ser su principal vía de escape.

En mega eventos del pasado, las protestas y la movilización de la sociedad civil consiguieron, durante al menos un tiempo, retener la atención mediática y, en casos como el de Brasil, impulsar reformas de las leyes anticorrupción. Este año, es poco probable que vayamos a poder encontrar esas multitudes en las calles o una contundente respuesta sindical. En el caso de Qatar, las revisiones legales no pueden impulsarse desde dentro, así que se han llevado a cabo de manera preventiva para edulcorar la opinión pública.

El historial de los mega eventos deportivos y los derechos humanos demuestra que han tenido una relación conflictiva. Los primeros han contribuido a avanzar la agenda de los DDHH e insertar valores de respeto y tolerancia en nuestras mentes, al mismo tiempo que han escenificado violaciones sistemáticas de estos derechos. La verdad, introducir el más puro sentido y los valores del deporte en un modelo de negocio apurado que desafía las capacidades de los Estados ha sido especialmente difícil para los países del Sur global. La representación de cuestiones raciales y de género en la pista fueron primero. Después, la atención se trasladó de los focos de los estadios a realidades sociales más amplias, como la pobreza urbana, las expropiaciones de vivienda o los derechos de los pueblos indígenas. A Qatar le ha tocado descubrir los derechos laborales y una comunidad internacional comprometida. Por lo que parece, no tiene intención de dar un paso atrás en los requerimientos de “compromiso” y “respeto” hacia la cultura local que pide a los turistas y espectadores extranjeros, amedrentando los derechos de quienes ocuparán las gradas desde este domingo.

Estos paralelismos nos llevan a una última idea que el libro desarrolla brevemente: el peligro de instrumentalizar estos eventos sin considerar las dinámicas nacionales y regionales. El sistema de explotación laboral ya estaba presente en Qatar mucho antes del mundial y, a pesar de que su convergencia con el evento ha costado muchas vidas, parece que también ha introducido a destiempo algunas mejoras notables. Qatar no es el más ni el menos indicado para celebrar el mundial, pero nuestro “complejo” occidental por salvaguardar los derechos humanos nos puede costar la oportunidad de mejorar la situación de estos derechos en otras partes del mundo, aprovechando la tremenda repercusión que tienen estos eventos.

Mejor será dejar esta difícil decisión a organismos como la FIFA y abogar, por supuesto, por una gobernanza deportiva global más transparente. El doble filo de sus ambiciones y la explotación del “poder blando” le está costando a Qatar las ganas de permanecer en el punto de mira. Aceptar propuestas como la del ministro británico James Cleverly podría obstruir la única vía posible para que el emirato rinda cuentas a la comunidad internacional.