En 2000 es pronto todavía para determinar el compromiso democrático de Vladimir Putin. Demostrarlo le exige imponer su autoridad sobre la peligrosa oligarquía que dirige Rusia y que representa una amenaza para la transición hacia la democracia y el libre mercado. También para los intereses de EE UU, cuya seguridad depende, en buena medida, del éxito de la transformación rusa.