No hay duda de que Donald Trump ha cogido por sorpresa a China. El liderazgo chino, junto al de muchos otros países, ha empujado a Trump a adoptar una actitud fundamentalmente transaccional y a comportarse como un verdadero hombre de negocios. Los legisladores chinos respondieron a ese cambio de actitud estableciendo conexiones personales con el imperio empresarial de Trump y, especialmente, con la familia Kushner-Trump. También se mostraron dispuestos a cerrar un acuerdo de gobierno a gobierno por el que Trump obtuviera al menos una parte de lo que reclama. Sin embargo, las negociaciones fracasaron después de que el presidente de Estados Unidos rechazara drásticamente, en dos ocasiones, los acuerdos preliminares alcanzados –aparentemente de buena fe– por los respectivos negociadores.
En julio de 2017, Wilbur Ross, secretario de Comercio de EEUU, rubricó un acuerdo provisorio en virtud del cual China haría concesiones modestas, aunque muy concretas y bien detalladas, con la mira puesta en resolver problemas específicos. Esta primera propuesta de acuerdo fue rechazada de plano por Trump. En mayo de 2018, una delegación estadounidense encabezada por el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, y el representante de Comercio estadounidense, Robert Lighthizer, propuso en Pekín un acuerdo de máximos que básicamente exigía a China abandonar todas sus políticas económicas actuales. Por su lado, una delegación china liderada por el viceprimer ministro, Liu He, visitó Washington por segunda vez a mediados de mayo. En las negociaciones auspiciadas por Mnuchin, China se comprometía a aumentar de manera sustancial las compras de bienes estadounidenses y reducir el déficit comercial bilateral. Sin embargo, todas esas propuestas quedaron en papel mojado, pues Trump vetó de nuevo el acuerdo.
Dejando de lado la cuestión de si los dos procesos de negociación mencionados tuvieron algún valor real, es necesario resaltar que la gestión del proceso situó a los…