Frente al proselitismo en las cárceles tunecinas, existen partidarios de la mano dura y los que apuestan por una confrontación intelectual y lo consideran un debate en falso.

En Túnez, el proselitismo islamista radical está presente en los centros penitenciarios desde la década de los noventa. La solución a este fenómeno durante el régimen de Zine el Abidin ben Ali era radical, la tortura, llegando a veces hasta la muerte. Esta “estrategia” represiva no se diseñó ex nihilo; se enmarca en una lógica más bien coránica. A menudo, los yihadistas no solo consideran que su Profeta Mahoma es el modelo, sino que también son proclives a llevar a cabo acciones violentas contra el otro en una “lucha sagrada contra los impíos”. Una lectura radical y equivocada del islam según algunos exégetas.

Por lo demás, desde el levantamiento popular en 2011, hay dos bandos enfrentados en Túnez. Por una parte, los que parecen estar a favor de volver a los métodos antiguos de intimidación con nuevas soluciones draconianas en materia de seguridad como la creación de una “cárcel de alta seguridad”, muy costosa para el Estado, pero que sería indispensable; y por otra, están los que consideran que el respeto de los derechos humanos y la confrontación intelectual, no solo frente a la ideología, sino también frente a los problemas socioeconómicos, son soluciones para el origen del mal.

El planteamiento de los dos bandos también difiere en cuanto al proselitismo del islam radical en la cárcel. Mientras que el primer bando lo reconoce y lucha contra él, sobre todo en el plano mediático, el segundo bando, muy cuestionado, lo considera un debate en falso.

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