Al comenzar en la Cámara de Representantes el procedimiento de destitución del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha estallado al fin la contienda civil larvada durante los tres años de su mandato. La presidenta demócrata de la Cámara, Nancy Pelosi, era contraria a iniciar este dramático recurso constitucional, que el ala radical de su partido exigía, cada vez con más insistencia, a sabiendas de que sería derrotado por la mayoría republicana en el Senado y no serviría más que para vigorizar el terco partidismo de los defensores del presidente y provocar un abismo insondable entre las dos mitades de la nación.
No obstante, Pelosi cambió de opinión cuando un denunciante anónimo reveló la manera en que Trump intentó forzar al nuevo presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, a investigar la alegada corrupción del expresidente Joe Biden, por la asociación de su hijo Hunter en la compañía ucraniana Burisma. Trump incluso retuvo la ayuda económica y militar que el Congreso había aprobado, exigiendo además que confirmara la desbancada teoría conspiratoria de que no fue Rusia sino Ucrania quien realizó la injerencia en las elecciones presidenciales de 2016, de consuno con los demócratas. Pelosi concluyó que una acción presidencial tan burda como peligrosa para la seguridad nacional le permitiría iniciar el procedimiento de destitución y satisfacer así al ala izquierda de su partido, aprovechando la claridad con que el escándalo ucraniano revelaba los argumentos a favor del proceso.
En efecto, si el famoso informe de Robert Mueller, tergiversado por el fiscal general y por la hábil retórica de los republicanos, no logró convencer a la opinión trumpista de la injerencia rusa en las elecciones ni de la repetida obstrucción a la justicia del presidente, ahora su culpabilidad es de una claridad meridiana. La manera en que Trump intentó forzar a un gobierno…