Hubo un día, hace apenas una década, en que la política exterior turca estaba definida por el lema “cero problemas con los vecinos”. Hoy, aunque aquello nunca pasó de ser un sueño del entonces primer ministro Ahmet Davutoglu, la situación es bien distinta, con una agenda repleta de problemas, no solo con sus vecinos más cercanos sino también con aliados tan sólidos como Estados Unidos y la OTAN. La declaración del presidente estadounidense, Joe Biden, el 24 de abril, reconociendo oficialmente que Turquía comenzó en 1915 el genocidio contra 1,5 millones de armenios, es solo la última señal de una deriva que para muchos identifica a Recep Tayyip Erdogan como un interlocutor extremadamente incómodo.
La decisión de Biden, sumándose a los 30 países que ya lo hicieron antes, atiende, en primer lugar, a su declarada intención de hacer de la defensa de la ley internacional, la promoción de la democracia y el respeto de los derechos humanos, las guías principales de su política exterior. Aunque eso no implica que en tan solo 100 días haya logrado una absoluta coherencia de políticas –ahí están, como contraejemplos, la confirmación de la venta de armas a Emiratos Árabes Unidos o el apoyo todavía…