Incluso si por alguna clase de milagro la lucha por el poder en la Unión Soviética terminara pacíficamente imponiéndose un Gobierno claro y eficaz, incluso si se consiguiera un acomodo entre las diversas repúblicas y el Estado central, incluso si la economía fuera capaz de proporcionar alimento y energía y se la hiciera funcionar con eficacia…
Casi enteramente olvidada en el vasto ámbito de problemas que infestarán aún a la URSS cualquiera que sea la encarnación bajo la que se configure, el problema sanitario persistirá durante los años, si no décadas, venideros. Es una crisis de la salud de su pueblo y del medio ambiente de unas dimensiones y profundidad no completamente advertidas en el mundo exterior y, hasta después de dos años de glasnost, apenas conocida dentro de la URSS. Amplios sectores de la población soviética están sufriendo enfermedades en gran parte eliminadas en Occidente, o son vulnerables a ellas. Parece probable una epidemia de sida a medida que la nación, desgraciadamente, se pone a la par con Occidente. La mortalidad infantil se halla oficialmente a un nivel comparable o superior al de los países del Tercer Mundo, y la esperanza de vida parece estar acortándose; pero ambas mediciones son erróneas y deberían aumentar en cuanto a la mortalidad infantil y disminuir en cuanto a la esperanza de vida al nacer. El tratamiento médico es atrasado cuando no primitivo en muchos lugares, especialmente en las zonas rurales. Los medicamentos son tan escasos que Pravda preveía el 14 de agosto de 1991, en su primera página, que “a menos que se obtengan medicamentos en el futuro inmediato, morirán muchos millares de personas este año”. Todo ello está exacerbado por contaminaciones de todas clases –aire, tierra y agua– y por una desconfianza en la autoridad central fomentada por las mentiras oficiales…