Si en enero angustiaba el cúmulo universal de problemas que tanto en el plano interno como en el externo iba a caer sobre los hombros del nuevo presidente, ahora espanta el torbellino de su actuación. Lejos de amilanarse ante los ingentes problemas con los que se enfrenta, los abarca todos en un singular malabarismo. Ha inyectado en el sistema financiero, en la industria del automóvil y en el mercado hipotecario más de un billón de dólares, algunos piensan que llegan ya al trillón; ha presentado al Congreso un presupuesto en el que además de sus 3,5 billones de dólares, aparecen todos los programas revolucionarios de la campaña electoral: el seguro médico universal y la reforma de toda la Seguridad Social y médica (con el colosal problema de su financiación), topes canjeables de las emisiones de CO2 en relación con el calentamiento de la atmósfera, el fin de las escandalosas remisiones fiscales al sector más afortunado de la sociedad, la disminución de los impuestos a la clase media, la reforma y estímulo de la educación, y el desarrollo de fuentes alternativas de energía, entre los más destacados, amén de otros menores pero no menos importantes, como la reducción de los subsidios agrícolas, la investigación con células madre y la protección del medio ambiente y de especies en peligro de extinción.
Ha triunfado en sus primeros pasos en el exterior. Su viaje a Europa ha constituido un auténtico triunfo personal de la pareja presidencial. Con igual osadía se ha enfrentado Barack Obama con la crisis financiera mundial en la reunión del G-20 en Londres; con el deterioro de la situación en Afganistán en la cumbre de la OTAN en Estrasburgo-Kehl; con el futuro de la relación transatlántica, un nuevo tratado con Rusia de reducción de misiles atómicos y una política mundial de…