Con su participación en la Cumbre de Washington, España ha estado presente en un desmontaje financiero más que en la creación de un nuevo sistema multilateral. ¿Qué oportunidades tiene España de coliderar la transformación de la arquitectura mundial?
El órdago sin precedentes lanzado por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero para estar presente en la Cumbre del G-20 en Washington el pasado 15 de noviembre, y el éxito posterior logrado después de un corto tiempo de intensa movilización diplomática, ha tenido como efecto virtuoso generar un cierto consenso entre las principales fuerzas políticas y agentes sociales acerca del protagonismo internacional que le corresponde a España.
Pero las altas expectativas creadas ante la reunión, posteriormente incumplidas en parte, así como el silencio mediático posterior a la cumbre, parecen arrojar una cierta confusión que dificulta la visión del camino a recorrer en el futuro inmediato. Tanto para evaluar el papel ejercido por España allí, como para valorar correctamente las oportunidades que se abren en distintos frentes, es necesario antes analizar los resultados de la cumbre, poniendo atención al papel ejercido por los socios de la Unión Europea y la perspectiva inmediata de acciones coordinadas entre los Veintisiete miembros, o al menos entre el núcleo duro del resto de países de más peso: Francia, Alemania, Reino Unido e Italia. A partir de ahí, sería posible avanzar algunas propuestas para maximizar la posición española en la recomposición de una nueva arquitectura mundial financiera, económica y, a la postre, política.
Hemos de recordar que la cumbre vino precedida de unas circunstancias excepcionales. Después del verano de 2008, la crisis financiera se precipitó en Estados Unidos en unas pocas semanas, con la caída del banco de inversión Lehman Brothers, el salvamento in extremis de la aseguradora AIG y el desesperado lanzamiento de un plan masivo…