La crisis surgida el 2 de agosto en el Golfo Pérsico ha ocultado inoportunamente el mayor acontecimiento político, económico y estratégico del año para una Europa en plena evolución. En efecto, el 16 de julio, el encuentro Kohl-Gorbachov en una pequeña aldea del sur de la URSS confirmó definitivamente, una evidencia que, empeñadas en jugar a la política del avestruz, las democracias occidentales se han negado a admitir desde hace 45 años. Esto es, que la llave de la reunificación Alemana se hallaba en Moscú, únicamente ahí. Una reunificación que los diversos gobiernos del Kremlin, desde Stalin hasta hoy, han tenido presente como pieza esencial de un tablero estratégico europeo del que, por el procedimiento que fuese, deseaban conservar el control.
En un principio, la solución ideal o soñada, consistía en convertir a la RDA en el trampolín para un intento de neutralización, incluso de absorción de la RFA a través de las ideologías y del conjunto de los Estados miembros del Pacto de Varsovia. Este era el sentido del prodigioso y ruinoso esfuerzo militar autorizado por la URSS en Europa Central. De ahí la mayor concentración de tanques, artillería, aviones de combate, tropas, de todos los tiempos. El mundo, aterrado, pudo comprobar la eficacia de este gigantesco despliegue militar en Berlín en 1952, en Budapest en 1956, y finalmente en Praga en 1968.
En este colosal enfrentamiento, en el que el dinero seguía siendo la base de todo, Moscú siempre creyó que su gobierno autoritario vencería sobre un Occidente cambiante, por no decir decadente. Cegados por las teorías confusas de un marxismo tan abstracto como voluntarista, los ideólogos soviéticos habían ignorado alegremente unas realidades económicas que carcomían, como un cáncer de múltiples metástasis, las estructuras industriales, sociales y financieras de la URSS. En esta primera versión del futuro papel…