Polonia se juega mucho en las próximas elecciones parlamentarias, previstas para el 15 de octubre. En medio de la guerra en su frontera oriental, ahogados por una inflación de dos dígitos y el encarecimiento de la energía, los polacos decidirán si quieren que su país siga gobernado por partidos de derechas (un tercer mandato en el poder para cualquier partido gobernante no tendría precedentes), con Ley y Justicia (PiS, Prawo i Sprawiedliwosc) a la cabeza del actual gobierno, o si quieren que la oposición, con la Coalición Cívica (KO, Koalicja Obywatelska) liderada por la Plataforma Cívica (PO, Platforma Obywatelska) como principal actor, recupere el poder perdido en 2015. Su decisión tendrá importantes implicaciones no solo para el futuro del país, sino también para el futuro del proyecto europeo.
La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 cambió el entorno estratégico de Europa, devolviendo al continente la guerra de Estado contra Estado por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Tras la invasión, los países europeos res-pondieron a la crisis de un modo que presagiaba un cambio significativo en su postura estratégica, sus relaciones institucionales y su visión internacional del mundo. Este momento decisivo también supuso un cambio de poderes dentro de la Unión Europea, desplazando posiblemente el centro de gravedad hacia Europa Central y Oriental y los países bálticos. Antes de la guerra, Polonia, junto con otros países de la región y Estados Unidos, había advertido constantemente sobre la amenaza rusa, pero sus advertencias cayeron en saco roto en Europa Occidental. No solo tenían razón al percibir a Rusia como la principal amenaza para la seguridad, sino que también –y Polonia como el país más grande de la región en particular– están a la cabeza de los países que envían ayuda militar y humanitaria a Ucrania.
Además, debido a su situación geográfica, Polonia se ha convertido en la principal puerta de entrada para que los aliados occidentales envíen armas y ayuda humanitaria a Ucrania. Asimismo, ha abierto sus puertas a millones de refugiados y migrantes ucranianos que huían de la guerra, de los cuales 1,5 millones se ha quedado en Polonia. Si se consideran los costes de los refugiados en relación con el PIB nacional, Polonia ha tenido que hacer frente a la mayor carga (2,5%), seguida de cerca por otros países de la región como Chequia (1,5%) y Eslovaquia (1,1%). Sin duda, la guerra ha brindado a Varsovia la “oportunidad de se importante para Europa”.
Sin embargo, el país juega por debajo de sus posibilidades en la política europea y sigue siendo conflictivo para la UE desde que el gobierno de coalición conservador-nacionalista encabezado por el PiS derrotó a los liberales liderados por el PO en 2015. La coalición gobernante ha socavado persistentemente el Estado de Derecho y la independencia del poder judicial, y la Comisión Europea ha abierto procedimientos de infracción contra Polonia y suspendido los fondos de recuperación. El gobierno polaco no está de acuerdo con los argumentos de la Comisión Europea y del Tribunal de Justicia Europeo. El primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, enmarca el conflicto entre Bruselas y Varsovia en una “discriminación debida a una falta total de comprensión de las reformas que tuvo que hacer un país que salía del poscomunismo”.
Entre ellas, la lucha contra la oligarquización, el dominio de las corporaciones profesionales cerradas, la pobreza y la corrupción. En sus palabras, la disputa por el Estado de Derecho es una disputa entre la “soberanía de los Estados y la soberanía de las instituciones. Es entre el poder democrático del pueblo, que viene de abajo, y el poder de élites estrechas, que viene de arriba”. Sin embargo, el estamento jurídico polaco y la mayoría de los partidos de la oposición también sostienen que las reformas introducidas por el PiS socavan la independencia judicial y amenazan el principio democrático clave de la separación constitucional de poderes. Lo más probable es que esta política continúe si el PiS gana las próximas elecciones. También continuará el mal uso de los medios de comunicación estatales, que el PiS ha convertido en un medio de propaganda, al igual que la discriminación de las minorías étnicas y sexuales.
Los polacos acuden a las urnas
Según los datos de septiembre de 2023, la mayoría de los sondeos de opinión muestran que el 38% de los electores votará al PiS y sus aliados, que forman la actual coalición de gobierno. Tras ellos se sitúa KO, con un 30%, mientras que otros partidos de la oposición obtienen entre un 5% y un 9%.
Sea cual sea el resultado de las próximas elecciones, una cosa es segura: será reñido. Gane el partido que gane, lo hará por una ligera ventaja. Dicho de otra forma, el panorama político polaco está dividido entre el gobierno y la oposición, con el PiS y el PO a la cabeza respectivamente. Si destacamos ciertas tendencias generales, podría decirse que la población de más edad y más pobre de las ciudades más pequeñas, para la que la Iglesia católica y los valores conservadores desempeñan un papel importante, tiende a votar al partido gobernante o a fuerzas ideológicamente próximas al PiS, mientras que los polacos más liberales y fuertemente orientados hacia la UE de las ciudades más grandes tienden a apoyar a la oposición. Sin embargo, los dos bloques políticos distan mucho de estar unidos internamente, y en cada uno hay varios partidos más pequeños que se presentan a las elecciones. Esto podría tener graves consecuencias en particular para la oposición: además del PO, hay otras dos fuerzas destacadas, Nueva Izquierda (Nowa Lewica) y Tercera Vía (Trzecia Droga). Lo que las une entre sí y también al PO es la determinación general de desalojar al PiS del poder. Sin embargo, a pesar de los intentos de aunar fuerzas y presentarse a las elecciones como un frente unido (como ocurrió con los partidos de la oposición en Hungría y que resultó no ser una jugada exitosa), se presentan como oponentes.
«Los dos bloques políticos cuentan más con la movilización emocional de los votantes que con el estudio de los programas electorales»
Además, hasta septiembre, la estrategia del PO se ha basado sobre todo en agruparse en torno a una crítica fundamental al partido gobernante. Solo a mediados de septiembre, el líder de PO, Donald Tusk, presentó el manifiesto del partido, introduciendo “100 ideas concretas” para las elecciones que abarcaban cuestiones sociales, economía, educación, ciencia, seguridad interior y exterior, agricultura y relaciones con la Unión Europea. Con el mismo retraso se anunciaron las propuestas programáticas de otros partidos políticos. Esto indica que ambos bloques políticos cuentan más con la movilización emocional de los votantes que con el estudio minucioso de los programas electorales. Esta también podría ser la razón por la que no parece producirse una transferencia significativa de apoyos entre el bloque gobernante y el de la oposición, debido a la fuerte polarización emocional de los votantes. Así pues, cada voto está en juego: la movilización de los respectivos campos es crucial para el resultado de las elecciones.
Lo que también es importante en este contexto es que Tusk, que fue primer ministro entre 2007 y 2014 y luego presidió el Consejo Europeo de 2014 a 2019, es uno de los políticos polacos de los que más se desconfía. Algunos polacos asocian los tiempos del liderazgo de Tusk con una falta de sensibilidad social y un desprecio por las necesidades de las personas con rentas más bajas. La polarización emocional de su persona ha sido hábilmente alimentada durante los últimos ocho años por el partido Ley y Justicia y por los medios de comunicación estatales, controlados y utilizados por el partido gobernante para lograr sus objetivos políticos. En ellos se presenta a Tusk como una marioneta de Alemania y de la UE, que no se preocupa por las necesidades de los “verdaderos polacos”.
En este duelo, predominantemente entre el PiS y el PO, hay un tercer partido, que podría llegar a ser clave en las elecciones: la “Confederación” (Konfederacja) de derecha radical. Fundado en 2019, el partido es bastante diverso ideológicamente, aunque sus principales propuestas se basan en el libertarismo –abogan por simplificar y bajar los impuestos, hacer que el sistema sanitario dependa de la “competencia de mercado”, y por el euroescepticismo– y quieren abolir la UE, manteniendo solo el espacio Schengen y el Espacio Económico Europeo. En un principio, la Confederación era considerada un típico partido de protesta y marginado debido a las ideas tan radicales de sus dirigentes (uno de ellos, incluso, quería quitar el derecho al voto a las mujeres). En los dos últimos años, sin embargo, el partido ha profesionalizado su imagen, marginando a sus figuras más polémicas y cediendo el poder a políticos más jóvenes. Estos comunican su programa radical de forma más equilibrada y son muy activos en las redes sociales, la principal fuente de información política para su electorado más joven en Polonia.
A mediados de 2023, el partido había superado el 12% en las encuestas, pero cuanto más se acercan las elecciones, parece estar perdiendo votos y actualmente ronda el 7-8% de apoyo. Debido a su programa radicalmente distinto tanto del partido en el gobierno como de la oposición y a su imagen de partido antisistema, lo más probable es que la Confederación no se integre a ninguna coalición, y se quede en la oposición. Por otro lado, dado que es muy probable que, gane quien gane las elecciones, no tendrá votos suficientes para formar un gobierno mayoritario, la Confederación podría convertirse en una fuerza decisiva, cuyo apoyo el partido gobernante tendrá que asegurarse en el Parlamento. Sin embargo, dado su programa radical, esta hipótesis supondrá un gran reto para cualquier gobierno, por lo que cabe esperar inestabilidad política en Polonia.
Europa vigila de cerca
Los resultados de las elecciones tendrán importantes consecuencias para el futuro de la Unión, ya que Polonia ocupará próximamente la presidencia del Consejo de la UE (enero-junio de 2025). El debate sobre las perspectivas de nuevas ampliaciones y los posibles ajustes de la arquitectura institucional y política de la Unión sigue su curso. Además, otras cuestiones requieren una atención urgente, como la seguridad energética, la crisis alimentaria, la fiscalidad, las relaciones con China o la gestión de los flujos migratorios procedentes de los países africanos.
Mientras tanto, la visión del gobierno liderado por el PiS sobre el futuro de la Unión choca con lo que muchos otros líderes europeos perciben como deseable: una mayor integración y una toma de decisiones más eficaz son el camino a seguir. Este choque no solo conduce a la marginación del papel polaco en la UE, sino que también limita la capacidad de la UE para responder a los retos actuales de forma rápida y coordinada.
El primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, presentó su plan para Europa en un discurso que pronunció en la Universidad de Heidelberg en marzo de este año. Planteaba tres cuestiones principales. En primer lugar, subrayó que los Estados-nación son el futuro de Europa. Todo lo demás lo calificó de “ilusorio o utópico” y carente de mandato democrático. En su opinión, la UE ha alcanzado los límites de la gobernanza supranacional y la única forma de avanzar es una Europa de Estados-nación fuertes. Para ilustrar su argumento, recordó la pandemia de Covid-19. En su opinión, la crisis sanitaria demostró que los Estados-nación eficientes son los actores más capaces de proteger a sus ciudadanos. Este razonamiento resulta un tanto sorprendente, ya que la propia Polonia no fue ejemplar a la hora de hacer frente a la pandemia.
«Polonia apoya la ampliación de la UE. Pero no cree que la Unión tenga que reformarse primero a sí misma»
En segundo lugar, Morawiecki habló del futuro de la ampliación de la UE. Polonia apoya abiertamente la ampliación, incluso a Ucrania, Georgia, Moldavia y los Balcanes Occidentales. Sin embargo, no cree que la UE tenga que reformarse primero a sí misma. Para Morawiecki, los llamamientos de muchos líderes a reformar el proceso de toma de decisiones hacia un mayoritarismo (por ejemplo, introduciendo el voto por mayoría cualificada en algunos ámbitos de la política exterior de la UE) equivaldrían a una propuesta de federalización camuflada, a la que se opone rotundamente. Según Morawiecki, bajo la bandera de la “federalización” se esconde una “concentración de la toma de decisiones impuesta desde arriba”. Morawiecki advirtió que si las élites de Bruselas insisten en su visión de un superestado centralizado, se enfrentarán al rechazo de otras naciones europeas: “Cuanto más persistan, más feroz será esta rebelión. No quiero polarización, división, luchas intestinas ni caos. Quiero una Europa fuerte y competitiva”.
Por último, el primer ministro polaco pidió que la UE reduzca parcialmente sus competencias para hacer eficiente una unión ampliada. Morawiecki argumentó que la UE debe centrarse en los ámbitos en los que el Tratado de Roma le ha otorgado competencias, y seguir el principio de subsidiariedad en lo demás. A medida que han aumentado las competencias, también lo han hecho los que “sueñan con crear un superestado: una élite cosmopolita paneuropea con un poder inmenso, aunque sin mandato electoral y gobernada por una élite reducida”. A pesar de estas críticas al estado actual de la Unión y a las visiones que los demás líderes tienen de la UE, el propio Morawiecki no ofreció un planteamiento que contribuyera a un debate sobre el futuro de Europa. Lo que propuso fueron cuentas para hacer retroceder la integración de la UE. Y creer que es la solución a los retos geopolíticos actuales no solo es ingenuo, sino también corto de miras.
Al mismo tiempo, la visión del PiS sobre la UE no puede ser ignorada por las élites europeas. La idea de Morawiecki de una Europa de Estados-nación fuertes sin la “utopía tecnocrática” de la gobernanza supranacional es representativa de muchos partidos conservadores de derechas de Europa. Además, la actual guerra en las fronteras de la UE y el desplazamiento de poderes hacia Europa Central y Oriental proporcionan otra razón por la que seguirá siendo imposible marginar a Varsovia. Como consecuencia de la percepción de la amenaza rusa, Polonia también va camino de convertirse en una superpotencia militar europea: el gasto en defensa ha pasado del 2,2% en 2021 al 3,6% del PIB en 2023 y se prevé que sea del 4% en 2024. Según Reuters, Varsovia ha encargado a Corea del Sur 250 tanques Abrams de fabricación estadounidense, cientos de lanzacohetes Chunmoo, tanques K2, obuses autopropulsados K9 y aviones de combate FA-50, así como lanzacohetes HIMARS de Lockheed Martin Corp. Sin embargo, sigue sin saberse de dónde saldrá el dinero para estas inversiones. El próximo gobierno tendrá que hacer frente a este reto, ya que estas inversiones solo podrán revertirse parcialmente. Por otro lado, el creciente potencial de Polonia como proveedor clave de seguridad en Europa y aliado más destacado de EEUU tiene implicaciones para las ambiciones europeas en materia de defensa. Construir una defensa fuerte de la UE sin Polonia o impulsar la idea del presidente francés Emmanuel Macron para la autonomía estratégica de la UE no puede suceder sin Varsovia a bordo.
Por supuesto, en caso de que la oposición liberal gane las elecciones, la política polaca respecto a la UE cambiará sustancialmente. Se resolverá el conflicto con la Comisión Europea sobre el Estado de Derecho. Pero esto no sucederá de la noche a la mañana. El nuevo gobierno necesitará, sin duda, tiempo para dar marcha atrás en las reformas que el PiS ha introducido. También es seguro que un gobierno liberal empezaría por reparar las muy lastradas relaciones con Alemania (por ejemplo, detendrá con toda seguridad la campaña por las reparaciones de guerra, que el PiS lanzó en 2020 y plantea en voz alta en todas las reuniones bilaterales y multilaterales posibles, tanto con la UE como con la OTAN). Reflexionando sobre las propuestas programáticas de los partidos de la oposición, y a pesar del limitado número de postulados en materia de política exterior y europea, es evidente que todos, en mayor o menor medida, apoyan la profundización de la integración y el fortalecimiento de las instituciones supranacionales de Bruselas. Una vuelta de Polonia a ser un actor europeo constructivo y proactivo, que proponga nuevas soluciones y participe en una profunda cooperación bilateral y multilateral con otros Estados europeos, sería sin duda muy bien acogida por los miembros de la UE. Sin embargo, dada la polarización de la sociedad polaca, incluso el gobierno más pro-UE de Varsovia tendrá que ser muy cauto a la hora de predicar eslóganes como el de convertir la Unión en una federación. Tales postulados están destinados a ser controvertidos para una parte considerable de los ciudadanos, especialmente aquellos que votaron al PiS en los últimos años. Desde 2016, el nivel de propaganda anti-UE, y anti-alemana, en los medios de comunicación estatales (controlados por el gobierno de Ley y Justicia) no tiene precedentes. Hará falta tiempo y una educación cívica adecuada para invertir esta tendencia.
Sin embargo, como se ha dicho, uno de los escenarios probables es un gobierno en minoría con un alto nivel de inestabilidad política en Polonia. En tal situación, el papel de Polonia como uno de los aliados clave de la OTAN a la hora de proporcionar apoyo logístico y militar a Ucrania en su guerra contra Rusia, podría verse cuestionado. A pesar de que existe un fuerte consenso entre los partidos tanto en la percepción de Rusia como una amenaza como en la necesidad de apoyar a Ucrania, la Confederación podría romper este consenso. Los líderes del partido afirman que la guerra en curso no es “la guerra de Polonia”, y piden que se ponga fin a las exportaciones de armas a Ucrania y se reduzcan los programas sociales para los ciudadanos ucranianos que viven en Polonia.
Conclusión
Gane quien gane las elecciones parlamentarias, Polonia seguirá siendo un actor importante dentro de la UE, y los países europeos y las instituciones de Bruselas tendrán que encontrar la manera de cooperar con Polonia.
Dejarla de lado lleva a un callejón sin salida. La mejor manera de salvar perspectivas potencialmente conflictivas parece ser entablar un diálogo con Varsovia a todos los niveles posibles, enviando al mismo tiempo un mensaje claro sobre la necesidad de defender los valores democráticos y el Estado de Derecho. Después de todo, aunque la coalición de derechas siga en el poder, su oposición a las ideas federalistas es compartida por otros partidos conservadores de derechas de toda Europa. Y no se puede ignorar.