«América ha vuelto”. Joe Biden habla en serio, atado como está a una visión romántica de Estados Unidos como la mayor potencia del mundo, destinada a liderar y hacer el bien. El nuevo presidente tendrá mucho a su favor. Es el anti-Trump y, después de cuatro años de ruptura de las normas, las expectativas para Biden son tan bajas que los europeos podrían sentirse inclinados a concederle el premio Nobel de la Paz por solo aparecer. Pero el mundo que Biden hereda no se parece en nada al que existía cuando él era vicepresidente, o a principios de 2000, cuando presidía la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado.
Hace tiempo que el momento unipolar de EEUU fue relegado al basurero de la historia. China, en la jerga del Pentágono, es un competidor. Otras potencias, tanto grandes como pequeñas, incluyendo Rusia, Irán y Corea del Norte, pueden frustrar con facilidad las ambiciones de EEUU. Pocas veces el entorno para la cooperación internacional ha parecido más desafiante.
El presidente electo ha dicho en repetidas ocasiones que su objetivo principal en el exterior es volver a situar EEUU en “la cabecera de la mesa” porque “el mundo no se organiza a sí mismo”. Pero la forma de esa mesa ha cambiado completamente. Una pandemia ha dejado al descubierto los límites de la globalización y la diplomacia multilateral y ha acelerado la desaparición del orden internacional liberal que EEUU creó y que sostuvo su primacía; también ha exacerbado las tendencias preexistentes hacia una competencia geopolítica renovada y ha intensificado las sensibilidades respecto a la soberanía nacional, en cuestiones que van desde la seguridad fronteriza hasta la economía y la asistencia sanitaria. Una China poderosa y una Rusia en declive, pero aún decidida, han conspirado con éxito para oponerse a la pax americana.
Entonces, ¿cómo…