Exploramos un terreno desconocido de prosperidad, innovación y vulnerabilidad. La economía ha sido la primera dimensión transformada por las tecnologías digitales, pero el cambio es también social y político. La imprecisión de las preguntas y respuestas en las comparecencias del fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, en el Congreso de Estados Unidos y en el Parlamento Europeo da una idea del desconocimiento sobre la manera en que la tecnología está afectando a las estructuras y los conceptos tradicionales del orden internacional.
A las multas de miles de millones a Google y Microsoft por abuso de posición dominante y las denuncias por irregularidades fiscales a Amazon, Apple y otros gigantes tecnológicos, se une ahora la alarma por las campañas de desinformación e interferencia electoral a través de Facebook y Twitter, el procesamiento ilegal de macrodatos de millones de ciudadanos por empresas como Cambridge Analytica y el sabotaje de infraestructuras mediante ataques informáticos. Este número de POLÍTICA EXTERIOR se adentra en algunos de los efectos internacionales de la llamada revolución digital.
Nicholas Wright vaticina una competición entre autoritarismo digital y democracia liberal con la expansión de la Inteligencia Artificial. Advierte de que China ya ha puesto en marcha “un sistema digital autoritario”, con programas de vigilancia y aprendizaje automático a gran escala. Para el gobierno chino es irrenunciable el objetivo de convertirse en vanguardia de la innovación mundial. Cuenta para ello con la unidad de acción política y la capacidad de movilización de enormes recursos.
En el campo de la ciberseguridad, Yolanda Quintana apunta también a los Estados como el principal riesgo para la seguridad en la Red. Si EEUU, Rusia, China y Corea del Norte son las potencias más activas en este terreno, casi todos los países se han dotado de capacidades de defensa y ataque en el ciberespacio. España no es una excepción. Las denominadas “guerras híbridas” implican nuevos actores, dinámicas y escenarios. Las consecuencias económicas así como sobre los derechos y libertades de los ciudadanos son imprevisibles.
Con las personas en el centro del cambio tecnológico, Christoph Steck aboga por un pacto digital en el que los Estados y las empresas asuman nuevas responsabilidades para garantizar una digitalización que promueva una mayor igualdad y bienestar social. ●