El mundo está convergiendo de forma acelerada en un indicador: la caída de la fecundidad. Junto al aumento de la esperanza de vida, se perfila un horizonte de rápido envejecimiento y un crecimiento de la población mundial cercano a cero. Según la División de Población de Naciones Unidas, la tasa de fecundidad en el mundo cayó de 5 hijos por mujer en 1950-55 a 2,5 entre 2010-15. En 10 años, dos partes de la población vivirán en países donde la tasa de fertilidad se sitúa por debajo de la tasa de reemplazo (2,1 hijos por mujer).
Esta transformación demográfica supone un desafío económico de primer orden: mayor gasto en salud, necesidad de cuidados a largo plazo, escasez de mano de obra y presión creciente sobre los sistemas de pensiones. Los efectos sociales y políticos serán también trascendentales: cambios en la estructura familiar, nuevas relaciones intergeneracionales y de género, demandas relacionadas con la educación, la igualdad de oportunidades y un replanteamiento de la política migratoria.
Europa, y en particular España –que se sitúa para 2050 como el segundo país más envejecido del mundo–, están en el centro de una trayectoria demográfica que también comprometerá, por ejemplo, la estabilidad de China o el poder de Rusia (país para el que se prevé una pérdida neta de población hasta 2030). Los cambios en marcha en el sistema internacional no serán ajenos a las perspectivas demográficas mundiales.
Política Exterior dedica cuatro análisis de este número a la población, como uno de los elementos básicos del Estado. La Teoría de la Revolución Reproductiva de Julio Pérez Díaz explica las profundas transformaciones sociales derivadas de la reducción de la fecundidad. David E. Bloom, David Canning y Alyssa Lubet desgranan la combinación de políticas públicas y acuerdos sociales capaces de abordar con éxito el desafío del envejecimiento. En un lugar central de estas políticas se encuentra la reforma del sistema de pensiones, tal como analiza Ricardo González García, una tarea pendiente en todos los países. Amparo González Ferrer cuestiona el tradicional papel de la inmigración de reemplazo, en un contexto europeo de agrio debate migratorio y al que se añade el envejecimiento en algunas regiones de origen, como América Latina en el caso de España.