Cuando se concibió el número de septiembre-octubre de Política Exterior un centenario histórico era ineludible: la Revolución Rusa de 1917. Hasta la redacción de estas líneas, en agosto, la idea original –una serie de análisis sobre los 100 últimos años de Rusia– ha evolucionado hasta la revista que ahora tiene en sus manos: un análisis del país en 2017 y de las claves sobre su previsible evolución interna y externa.
Dos razones nos llevaron a elegir un enfoque prospectivo en lugar de historiográfico. En primer lugar, el convencimiento de que Rusia es hoy la prioridad de la política exterior de la Unión Europea. La prosperidad y la seguridad en el continente necesitan una relación que funcione entre Moscú, la UE y sus Estados miembros. ¿Se puede diseñar el esquema básico de esta relación a corto-medio plazo? En segundo lugar, conforme ha avanzado 2017, resultaba asombroso el poco eco de los acontecimientos de 1917 en los medios de comunicación rusos y en el Kremlin. El gobierno de Rusia ha decidido expresamente que no haya celebraciones populares. Se ha organizado una serie de seminarios entre expertos, pero nada parecido a los actos que en 2015 conmemoraron los 70 años de la victoria soviética sobre los nazis en la Segunda Guerra mundial.
¿Qué podría celebrarse de 1917? ¿El derrocamiento de la monarquía del zar Nicolás II, en marzo de ese año, por un gobierno popular, o la Revolución de Octubre que llevó al poder a los bolcheviques y al nacimiento del primer Estado soviético del mundo? Ni dentro ni fuera de Rusia hay acuerdo sobre la naturaleza de la Revolución Rusa y su impacto en el devenir del país durante el siglo XX. Lo que nadie niega es su trascendencia mundial, como origen de una confrontación ideológica que llega hasta nuestros días, acompañada de una iconografía y una semántica poderosas.
Los artículos sobre Rusia publicados en este número consiguen cumplir un doble objetivo: analizar la economía y la política interior y exterior rusa, como paso previo para entender su comportamiento presente y futuro; y explicar, sin proponérselo, la razón fundamental del bajo perfil adoptado por el Kremlin en el centenario de la revolución: el temor de Vladimir Putin a la debilidad y su rechazo a cualquier idea de movilización ciudadana.
Efectivamente, no hay en 1917 ningún elemento que sirva a la propaganda de Putin. En su empeño por restaurar el orgullo ruso y dotar al país de una dirección, ¿qué mensaje de la revolución podría rescatar el presidente que motivara a los jóvenes rusos de hoy?
«El enfrentamiento con Occidente se opone al que debería ser el principal objetivo de política exterior: propiciar el desarrollo de Rusia»
En 2018, Putin se presentará por cuarta vez a la presidencia de Rusia. Logró que los rusos cedieran grados de libertad a cambio de prosperidad y estabilidad durante sus dos primeros mandatos (2000-04 y 2004-08). Desde 2012, los rusos han perdido prosperidad a cambio de orgullo nacional. ¿Cuál será la oferta del presidente para 2018-24? ¿Resistirán las instituciones, la economía, la sociedad civil?
Sobre las elecciones de 2018 escribe Andrei Kolesnikov, para quien el desafío de Putin no es ganar sino evitar que su régimen deje de funcionar por un drástico deterioro de las instituciones. Vladislav Inozemtsev advierte sobre la capacidad de la economía rusa para resistir pero su extrema debilidad a la hora de modernizarse. Y esto no durará para siempre. Marie Mendras sostiene que el enfrentamiento con Occidente tras la anexión de Crimea y la guerra en el Este de Ucrania ha activado el malestar y la oposición silenciosa de las élites no dirigentes y las clases medias urbanas acomodadas, conectadas, además, con una creciente diáspora rusa de intelectuales, científicos y activistas. Para Nicolás de Pedro el antagonismo entre Rusia y la UE en la consideración del espacio postsoviético hace impensable una distensión de las relaciones a medio plazo. Solo un agravamiento de la situación interna rusa o un cambio brusco del contexto internacional alterarían el statu quo actual.
La definición de la política exterior rusa y su posicionamiento global a cargo de Ivan Timofeev, Andrey Kortunov y Sergey Utkin está llena de pistas para entender hasta qué punto la mayor amenaza de Rusia no está fuera de sus fronteras, sino en el subdesarrollo de su economía y la mala calidad de las instituciones. Los autores son claros en su conclusión: a Rusia le interesa crear condiciones externas favorables para solucionar problemas atrasados, al tiempo que se mantiene como un actor de peso en la transformación del sistema internacional. El enfrentamiento con Occidente va en la dirección opuesta a este objetivo.