Como toda construcción creada por el hombre, la Unión Europea tiene una desconocida capacidad de resistencia ante la presión del entorno y las contrariedades. Del mismo modo que alcanzó metas no imaginadas hace 60 años en el Tratado de Roma, como el espacio Schengen (1985), el programa Erasmus (1987) y la entrada en circulación del euro (2002), hizo frente al desafío de la reunificación alemana y de la ampliación de los seis países fundadores a 28 miembros. La crisis financiera que estalló en Estados Unidos en 2008 desencadenó, sin embargo, una crisis política en la UE que no solo ha puesto en riesgo la pervivencia del euro, sino que cuestiona como nunca antes la base del proyecto europeo: la integración.
Al igual que el Tratado de Roma obedeció a la voluntad y el trabajo de unos individuos, el futuro de la UE en el plazo realista de 5-10 años dependerá de la dirección que quieran darle los dirigentes de los países más grandes; fundamentalmente Francia y Alemania, pero también países centrales como Holanda, Italia, Bélgica y, junto a ellos, España. Los tres primeros celebran elecciones cruciales en 2017 y, aunque el resultado será determinante para la Unión, en todos ellos se han desatado fuerzas contrarias al proyecto europeo que no pueden obviarse. El Brexit acompaña, además, el empuje de una ola de introversión, proteccionismo y nacionalismo identitario. La negociación de salida de Reino Unido consumirá también buena parte del tiempo y de los recursos institucionales de la Unión y sus miembros.
Es difícil saber si la UE ha tocado fondo, pero sin duda está pasando su crisis más existencial. El 7 de mayo será una fecha decisiva; ese día se conocerá el nombre del próximo presidente francés. Una victoria de Marine Le Pen ahondaría esa profundidad abisal. De modo que no: la UE no ha tocado fondo. Pero tampoco está destinada a tocarlo ni a permanecer en el desconcierto actual.
La Unión Europea no es perfecta. No existe un fin último para lo que en realidad es un proceso que exige tanto normas como flexibilidad
Nada impide celebrar el 60 aniversario del Tratado de Roma. Lo que comenzaron en 1951 y 1957 los “padres fundadores” es hoy un proyecto colectivo apoyado en valores y solidaridad que han contribuido a la paz, el desarrollo y la transformación radical de algunos de sus países. En el ámbito internacional, la UE ha respaldado el multilateralismo como sistema de relación basado en reglas y obligaciones acordadas comúnmente. Los países europeos son más fuertes y sus ciudadanos están más unidos. Millones de jóvenes se han beneficiado del programa Erasmus, creando vínculos inexistentes en el pasado entre generaciones de distintas nacionalidades. La puesta en marcha de una moneda única europea se ha demostrado posible, pese a sus deficiencias en cuanto a diseño económico-político.
Europa, la UE, no es perfecta. No existe un final de éxito para lo que en realidad es un proceso que siempre ha exigido normas al tiempo que flexibilidad. El proyecto europeo nunca ha sido único ni lineal, pese a los discursos construidos con esas ideas. En la actualidad el objetivo de la UE es ofrecer resultados y respuestas, así como proyectar un horizonte para sus miembros y para sus vecinos.
El Tratado de Lisboa hace posible una agenda pragmática para abordar problemas internos y externos, como la desigualdad, el desempleo, la llegada de refugiados y migrantes, conflictos regionales en las fronteras de Europa y en la vecindad mediterránea, el terrorismo, etcétera. El grueso de este número de Política Exterior disecciona la situación actual de la UE y busca salidas pragmáticas. La Comisión Europea y líderes como Angela Merkel ya están apostando por la flexibilidad, por las cooperaciones entre quienes quieran cooperar más profunda y rápidamente en áreas específicas.
Hay suficientes países miembros conscientes de que la UE es el marco favorable para lograr sus intereses nacionales e internacionales. Y es ahí, en el nivel nacional, donde reside gran parte del impulso que hoy necesita la Unión. Además, es preciso desarrollar lo que el Tratado de Lisboa establece en cuanto al funcionamiento de las instituciones, las competencias de la UE y sus objetivos. Es mucho el margen disponible para completar la unión económica y monetaria, impulsar la dimensión social de la Unión, fortalecer la defensa y la acción exterior, promover la estabilidad y la prosperidad en sus fronteras. En este ámbito, Siria, Libia y Rusia son prioridades que habrá que retomar y revisar con urgencia ante el nuevo papel que Donald Trump quiere para EEUU en el continente europeo y en Oriente Próximo.