El mundo nunca ha sido un lugar fácil. Orden y desorden han coexistido en cualquier época que se tome como ejemplo. Incluso en los periodos de prosperidad de los imperios o de equilibrio entre grandes potencias, el conflicto y la inestabilidad han sido con mayor o menor intensidad elementos permanentes de la historia.
En un ejercicio de aceptación de la incertidumbre que domina 2017, Política Exterior abre la sección de “Estudios” con la reflexión del diplomático británico Robert Cooper sobre lo que Shakespeare puede enseñarnos acerca del desorden de un mundo en cambio. Su lectura no dejará indiferente. Es posible encontrar paralelismos entre las obras del dramaturgo y hechos como el Brexit, el liderazgo político actual, la movilización populista y el rechazo a la inmigración. Al fin y al cabo, detrás de todo siempre están las personas, con sus miedos, ambiciones y capacidades para imaginar el futuro.
En las siete últimas décadas el mundo ha vivido enormes avances humanos; en esperanza de vida, alfabetización, lucha contra la pobreza, igualdad de género y creación de riqueza, acelerados desde comienzos del siglo XXI por el desarrollo científico y tecnológico. Ni el innegable impacto de la crisis financiera en la desigualdad ni la persistencia de conflictos con un altísimo sufrimiento humano pueden poner en duda el progreso económico, social y político logrado. En la incertidumbre actual, surgen líderes que cuestionan el avance y proponen políticas de recuperación de un pasado más imaginado que real. Hablan de un orden nuevo que no son capaces de trazar ni en el interior de sus países ni en conexión con problemas mundiales como el cambio climático, el terrorismo, la salud global, la ciberseguridad o el gobierno de Internet.
Aferrarse a los datos sobre lo avanzado desde el final de la Segunda Guerra mundial y la expansión del orden liberal no sirve como respuesta ante el malestar social que está derivando en auténtica convulsión política en las democracias occidentales. Es preciso reconocer lo que aún queda por hacer y, sobre todo, afrontar las correcciones que ese orden liberal necesita para no perder lo logrado. Se trata de un ajuste de las reglas en materia comercial, financiera, fiscal, migratorias, de seguridad y de generación de oportunidades. “La historia no se repite, pero a veces rima” es la cita de Mark Twain popular en los últimos años. No es la primera ni la última vez que la utilizamos para recordar que no hay pruebas de que el retroceso sea imposible en la historia.
Entender el cambio y aceptar la incertidumbre son principios que guían el trabajo de ‘Política Exterior’ desde hace 30 años
El descontento social y la convulsión política se explican en gran medida por la transformación tecnológica, cuyos efectos ya presentes son la digitalización de la economía, la robotización, la inteligencia artificial y la automatización del trabajo. La globalización ha multiplicado la velocidad de ese cambio productivo con profundas implicaciones en el mercado laboral, la educación, la comunicación y el consumo. Quienes atacan a la globalización y prometen protección ocultan a los ciudadanos la realidad del cambio, bien porque ellos mismos no lo entienden o porque no encuentran respuestas en el corto plazo que marcan los calendarios electorales.
La globalización es imparable porque no tiene que ver solo con el comercio y los flujos financieros. La globalización supera las decisiones que puedan tomar gobiernos concretos o instituciones. Tiene que ver con la apertura y la cooperación en distintos niveles y entre actores de todo tipo: terroristas y mercancías; mensajes en redes sociales y reservas de hotel, estudiantes e inversiones, cooperantes y emisiones de gases de efecto invernadero. La apertura y la cooperación siguen siendo los instrumentos que han demostrado mayor capacidad para que el progreso se produzca a gran escala y de forma global. Y puede hacerse mejor de la mano precisamente de la tecnología. Cerrarse con el fin de protegerse generará tantos desequilibrios o más entre países y regiones que continuar con el modelo actual de globalización asimétrica. Ni siquiera un país como Estados Unidos, con una geografía, una demografía y unos recursos energéticos y productivos únicos, puede avanzar en solitario.
Si en 1987, cuando se publicó el primer número de Política Exterior, el proyecto europeo se presentaba como definitivo, en 2017 el riesgo de descomposición es cierto. Entender el cambio y aceptar la incertidumbre son los principios que guían desde hace 30 años el trabajo de análisis y debate de esta revista. El objetivo es participar en ese cambio y aprovecharlo como elemento de transformación.