Las presidencias de Estados Unidos tienen la capacidad de marcar etapas en la política mundial. Aunque nada se abre o se cierra definitivamente con la llegada de un nuevo presidente a la Casa Blanca, el mundo entiende que un cambio de gobierno en la potencia americana conlleva la puesta en marcha de pautas específicas en la gestión de los asuntos internacionales. Solo otros dos países han logrado que sus relevos presidenciales marquen periodos de alcance global: China y Rusia. Pero el mayor poder de arrastre sigue estando en EEUU, como espejo de las democracias occidentales consolidadas, primera economía y mayor potencia militar.
Pocas presidencias estadounidenses se abrieron con el entusiasmo mundial que generó Barack Obama en 2008. Pese a haberlo mantenido casi íntegro hasta el final, sus ocho años de gobierno han mostrado la complejidad y los límites de la política en EEUU. Obama ha gobernado desde el pragmatismo de lo políticamente posible. No podía ser de otra forma con un Congreso en contra desde 2010 y un sector republicano –una parte importante de la población– que ha cuestionado desde la nacionalidad hasta las intenciones del presidente, revelando un racismo que ha dejado de ser tabú.
Obama concluye su mandato con la constatación de que el mundo atraviesa un cambio de vías. Solo así puede explicarse que ya antes de que el nuevo presidente de EEUU asuma el cargo en enero de 2017 conozcamos las características definitorias de una etapa que se ha abierto sin cerrarse la anterior. Ha llegado el tiempo de lo inesperado, de la zancadilla al sistema político y económico de los últimos 60 años, el rechazo a los expertos y a los argumentos de la razón, incluso la negación de la prosperidad global lograda en el último medio siglo.
Obama concluye su mandato con la constatación de que el mundo atraviesa un cambio de vías
El Brexit ejemplifica todos esos fenómenos y ha dado cuerpo a un nacionalismo renovado que rechaza la globalización y la inmigración como su expresión máxima. Un movimiento social a izquierda y derecha reclama algo así como una vuelta a los orígenes, donde la prosperidad y la identidad mantengan los países a salvo. La cuestión es que ese mundo proteccionista nunca fue justo ni próspero.
Tan importante como saber quién liderará EEUU es responder a la pregunta ¿y ahora, qué? ¿Cómo recomponer la contienda política y la discusión pública? ¿Cómo lograr un mejor reparto de la prosperidad ? ¿De qué forma se hará frente a la desigualdad que está en la raíz del descontento recogido en esta oleada de populismo del siglo XXI?
El fenómeno que hoy protagoniza sesudos análisis de centros de pensamiento y columnas de opinión de gurús de la prensa internacional no ha surgido de la noche a la mañana. La Carta de América que escribe Jaime de Ojeda desde 2001 en cada número de Política Exterior ha ido registrando la transformación de la política estadounidense a partir de la presidencia de George W. Bush y sus secuelas en el Partido Republicano, que dio las primeras señales de la deriva populista en EEUU con la formación del Tea Party. El Partido Demócrata, ideológica y políticamente partido de los trabajadores, ha perdido, al igual que las fuerzas socialdemócratas europeas, el grueso de sus antiguos votantes. La consecuencia más preocupante de la descomposición de los partidos tradicionales es la polarización de la sociedad y la política estadounidenses, con todas sus implicaciones mundiales.
En este número analizamos asuntos como la desigualdad, el racismo y el papel de EEUU en el mundo. Todos ellos han sido claves en la campaña electoral y seguirán siéndolo el día después. Como explica Richard V. Reeves, entre los partidarios de Trump –pero también en el movimiento alrededor de Bernie Sanders– están aquellos que no han visto ningún aumento significativo de su calidad de vida durante una década, y muchos que han sufrido una pérdida de ingresos. Por eso la desigualdad –concepto explícitamente evitado durante la campaña– ha sido y es el problema político más urgente.
Sarah Kendzior disecciona el uso de la raza como herramienta política, las expresiones xenófobas y el rechazo a la inmigración, fenómenos que han hecho que EEUU pareciera emprender una marcha al pasado de casi 200 años.
Norman Birnbaum, en su repaso de la política exterior de Obama, se lamenta de que el presidente no haya sido capaz de poner fin al carácter “imperial” del poder de EEUU. Al fin y al cabo, como el propio Birnbaum reconoce, crear un mundo nuevo no estaba al alcance del presidente.