Más de 700.000 personas han llegado a Europa por mar en lo que va de 2015. El recorrido de los refugiados sirios, afganos, iraquíes, paquistaníes y eritreos hasta llegar a Alemania, Suecia o allí donde haya un gobierno dispuesto a acogerlos, no necesita épica narrativa añadida. Junto a ellos están los emigrantes del Sahel y África Occidental que desde hace décadas desembarcan en las costas de Italia y España. En lo que va de año, 3.000 han muerto en el Mediterráneo, 30.000 desde 2000.
¿Refugiados o inmigrantes? Unos son perseguidos en sus países y buscan seguridad física. A otros los persigue la pobreza o el simple deseo de prosperar. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), en el mundo hay 59,5 millones entre refugiados y desplazados forzosos. El número total de inmigrantes en todo el planeta supera los 230 millones.
La Convención de la ONU sobre los Refugiados ofrece desde 1951 una legislación específica. Las políticas sobre inmigración quedan bajo las leyes de cada país. Pero ni el marco internacional ni el nacional han sido capaces de resolver la gran cuestión derivada del mundo globalizado: la movilidad de personas, un fenómeno cuyas pulsiones no harán más que intensificarse en las próximas décadas.
Este es el punto de partida de las siguientes páginas de Política Exterior. Junto con la Fundación porCausa de Investigación y Periodismo proponemos ideas nuevas para un modelo migratorio roto. Queremos convertir el desconcierto de ciudadanos e instituciones ante lo que hoy sucede en Europa en una oportunidad para hacer una reflexión de largo alcance sobre la movilidad de personas.
El debate migratorio está monopolizado por el miedo: a la precariedad laboral, a la competencia por servicios de educación y salud y, por encima de todo ello, el temor a que se diluyan identidades nacionales y a los problemas de seguridad.
Estos miedos se han apoderado del lenguaje y las políticas de las instituciones europeas y de los gobiernos nacionales. De ahí que tras multitud de reuniones del Consejo Europeo, de los ministros de Interior y de Asuntos Exteriores, la Unión Europea haya sido incapaz de alcanzar un acuerdo para responder en común al mayor desafío desde su fundación. Ni las cuotas por países miembros ni los planes de ayuda a Turquía, Líbano y Jordania –con mucho, los mayores receptores de refugiados sirios– han logrado controlar los flujos y canalizar las demandas de asilo desde los países de tránsito o en Grecia, el principal punto de entrada a la UE.
El miedo monopoliza el debate migratorio: se ha apoderado del lenguaje y las políticas de las instituciones europeas y de los gobiernos nacionales
Hungría ha vallado sus fronteras. Austria restringe el paso desde Eslovenia y traslada a los refugiados a la frontera con Alemania. Si hace unos meses se temía la ruptura del euro, hoy cabe preguntarse si Schengen no está a punto de romperse. Ni siquiera el liderazgo alemán ha podido sacar a Bruselas de la parálisis.
La agencia europea de fronteras, Frontex, sugería el 26 de octubre la creación de “centros cerrados para solicitantes de asilo”, con el fin de impedir que circulen entre los países europeos. Más allá de los límites éticos y legales, los centros o campamentos son la solución más cara y menos efectiva. La historia de los refugiados húngaros en 1956 y vietnamitas en 1970 muestra que la solución de éxito pasa por una respuesta global y la pronta integración de los que llegan.
Para ello, la UE necesita recomponer con urgencia un sistema migratorio y de acogida que tenga en cuenta consideraciones demográficas, laborales y de derechos humanos. Que conjugue sus intereses con los de los países receptores y los propios emigrantes. Desplazar el enfoque de la seguridad a la prosperidad. Si el impulso debe venir de la política, será imprescindible la participación de las empresas, ONG, comunidad académica y todos los sectores sociales que tienen algo que decir sobre la cuestión migratoria. Como las grandes transformaciones políticas, requerirá un cambio de narrativa que ilusione a la opinión pública. En Política Exterior y porCausa queremos activar ya este cambio.
Gonzalo Fanjul (@GonzaloFanjul) es cofundador de la Fundación porCausa. Áurea Moltó (@aureamolto) es subdirectora de Política Exterior.
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Daniel Amson murió el 4 de septiembre. Era un colaborador fiel de Política Exterior y uno de los autores del número 1 de la revista (“La cohabitación en Francia”). Amson, de 73 años, era profesor emérito de la universidad de París, Sorbona. Formidable trabajador, deportista activo hasta 2012, fue autor de obras indispensables sobre la historia de Francia, su país, al que amaba, discúlpese el verbo en este caso no excesivo. Fue autor de 18 obras, entre ellas: De Wimbledon a Vichy; Gambetta y la ruptura de un sueño; Historia constitucional francesa, tres volúmenes… Sin olvidar La Querella religiosa. Daniel Amson fue enterrado en el recinto judío del cementerio de Montparnasse, París, acompañado por amigos universitarios, escritores y deportistas. El rabino Jean Cohen ofició la ceremonia. DV