En una nueva vuelta de tuerca, acelerada sobre todo tras el asesinato de Samuel Paty y los perpetrados en la iglesia de Niza, nos encontramos ahora con Emmanuel Macron afirmando que la religión musulmana está en crisis y que es necesario combatir el radicalismo islámico. Por su parte, Recep Tayyip Erdogan se ha apresurado a presentarse como el representante/portavoz del islam, cuestionando, de paso, la salud mental de Macron, llamando a un boicot a los productos franceses y alimentando la crispación al equiparar la situación de los musulmanes en Europa a la de los judíos en la Alemania nazi.
La polarización no se ha hecho esperar. Así, por un lado, se multiplican las declaraciones de dirigentes como el presidente de Irán, Hasan Rohaní, quien advierte de que insultar al profeta alimenta las opciones violentas; el egipcio Abdelfatá al Sisi, que considera que la libertad de expresión termina cuando los musulmanes se sienten ofendidos; o el propio Erdogan, que acusa a Occidente de querer relanzar las cruzadas. A ellos se suman los máximos representantes de Malasia, Bangladesh, Pakistán, Kuwait y tantos otros países, con el remate de Arabia Saudí, que se atreve a condenar los intentos de vincular el islam con…