En las elecciones de 1990 convergieron cuatro personalidades que no han dejado de gravitar el escenario político peruano: Alan García, que el 10 de abril de 2016, al recibir apenas el 6% de los votos en la primera vuelta, perdió la oportunidad de llegar a la presidencia por tercera vez tras los periodos de 1985-90 y 2006-11; el escritor y entonces candidato liberal, Mario Vargas Llosa; el desconocido ingeniero de origen japonés que le derrotó entonces, Alberto Fujimori, y que gobernaría con mano de hierro entre 1990 y 2000; y Abimael Guzmán, el líder del sanguinario grupo terrorista Sendero Luminoso, cuya insurrección provocó 70.000 muertos entre 1980 y 1992 y cuya captura en 1992 otorgó al fujimorismo una indeleble aura victoriosa que permitió a su hija, Keiko Fujimori, alcanzar el 40% de los votos en 2016.
Gracias al éxito de sus políticas antisubversiva y económica, que terminó con la hiperinflación de los años ochenta (10.000% en 1989), Fujimori fue reelegido en 1995 con el 65% de los votos, una cifra jamás alcanzada hasta entonces y que solo se explica por las excepcionales circunstancias que convergieron en los últimos años del siglo XX en el país andino y que estuvieron a punto de convertirlo en un Estado fallido. Entre 1988 y 1993 dos millones de peruanos –casi un 10% de la población– emigraron al extranjero sin intención de volver.
Pero Fujimori lleva ya siete años encarcelado en una base policial de Lima para cumplir una condena de 25 años de prisión, impuesta en 2009 por violaciones masivas de derechos humanos al ser declarado por el tribunal que le juzgó “autor mediato” –es decir, con dominio del hecho– de las matanzas de Barrios Altos (1991) y La Cantuta (1992) y de los secuestros de un periodista y un empresario después del “autogolpe”…