El supuesto caso de éxito del ‘shale gas’ en EE UU es más que cuestionable y difícilmente extrapolable a España y Europa. Los impactos medioambientales del ‘fracking’ –gran consumo de agua, sismicidad inducida– aconsejan apostar, en su lugar, por las energías renovables.
A modo de telepredicadores o charlatanes que venden productos milagro, la industria del fracking ha llegado a España desde Estados Unidos. Sus promesas de prosperidad y riqueza no han dejado indiferente a nadie. Unos –políticos entre los que se encuentra, a la cabeza, el ministro de Industria, Energía y Turismo de España– han caído con estos cantos de sirena. Otros –resto de la sociedad civil, harta de ser engañada y utilizada– se han organizado para denunciarlo y rechazarlo.
Los promotores del fracking prometen importantes ventajas (económicas, de empleo e independencia energética) incluso para el medio ambiente (cambio climático). Pero detrás se esconde una cuestión puramente económica, de la que ya existen denuncias por especulación al estar creándose una burbuja con la que hacer negocio, como en Polonia.
El gas natural obtenido de las reservas convencionales es un combustible fósil con un menor contenido de carbono que el carbón o el petróleo, lo que significa que al quemarse emite menos CO2, principal causante del cambio climático. Por eso, se considera que el gas natural puede ser útil como combustible de transición en una revolución energética basada en las energías renovables y la eficiencia energética. Y así queda reflejado en el escenario “[R]evolución Energética” de Greenpeace, donde se recurre al gas natural como complemento a las renovables durante el periodo de transición. Para este uso basta con el gas de las reservas convencionales de este combustible.
El gas natural también se puede obtener de las reservas no convencionales (conocido como gas de esquisto o shale gas), cuando en vez de…