Autor: Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz
Editorial: Debate
Fecha: 2015
Páginas: 304
Lugar: Barcelona

Pepe Mujica: una oveja negra al poder

Pablo Colomer
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Poco países han aprovechado mejor la década ganada en América Latina que Uruguay. Como señala el Banco Mundial, Uruguay destaca por su bajo nivel de desigualdad y pobreza y por la ausencia casi total de indigencia. En 1999 la pobreza moderada rondaba el 40%; hoy está por debajo del 10%. En términos relativos, su clase media es la más grande de América Latina, y el país se ubica entre los primeros lugares de la región según medidas de bienestar como el Índice de Desarrollo Humano, el Índice de Oportunidad Humana y el Índice de Libertad Económica. En 2013, The Economist lo nombró país del año.

Uno de los improbables protagonistas de esta historia de éxito es José Mujica, presidente del país entre 2010 y 2015. Resulta irónico que Pepe Mujica acabase ahí arriba, afirman los periodistas Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, autores de Una oveja negra al poder. “Alguien que siempre criticó el poder terminó adquiriendo fama mundial y transformándose en una especie de oveja negra modelo de la política internacional”, apuntan. La legalización del matrimonio homosexual, la despenalización del aborto, la regulación de la producción y comercialización de la marihuana por parte del Estado, entre otros “experimentos”, colocaron a Mujica y a Uruguay en el mapa.

Si a eso se añade un manejo prudente de la economía de la mano de Danilo Astori –ministro de Economía en el primer gobierno de Tabaré Vázquez (2005-2010) y vicepresidente con Mujica–, que supo aprovechar los altos precios de las materias primas, los bajos tipos de interés y los capitales en busca de inversiones atractivas, los resultados saltan a la vista. A pesar de los desafíos actuales, fruto del fin del ciclo virtuoso, Uruguay sufrirá menos que el resto.

Si hay que ponerle cara a toda esta historia feliz, esa es la de Mujica, “un Quijote con disfraz de Sancho”, en palabras del antropólogo uruguayo Daniel Vidart. El objetivo del libro de Danza y Tulbovitz es ponerle cuerpo a esa cara, y alma, entrañas, palabras. Los periodistas del semanario Búsqueda llevan junto a Mujica buena parte de su vida política, primero en su etapa de senador, luego como ministro en el primer gobierno de Vázquez, cartera de Ganadería, Agricultura y Pesca, y finalmente como presidente.

La imagen positiva o simpática de Mujica fuera de Uruguay contrasta con los amores y odios que despierta en su tierra natal, aunque su popularidad siempre ha sido extraordinaria para un político en activo. Sus maneras irreverentes desconcertaron a muchos, pero conectaron con el sentir de unas generaciones más desenfadadas, recelosas de los políticos “profesionales”. El libro está repleto de anécdotas en este sentido.

Mujica forma parte del club de los cruzados anti-corbata, como el primer ministro griego, Alexis Tsipras. “¡El protocolo, la liturgia del poder y todas esas estupideces me chupan un huevo!”, comentó una vez a Danza y Tulbovitz. Mujica no dejaba que le abrieran las puertas de los lugares a los que iba o del auto que lo trasladaba. Siempre se sentaba delante, al costado del conductor. “Si nos la vienen a dar, no quiero que se la den solo al chofer. Tenés que participar con él”. Eso cuando no se le ocurría conducir su propio Volkswagen Fusca celeste por Montevideo.

Como residencia, prefirió usar su chacra en las afueras de Montevideo en lugar del caserón antiguo y lujoso destinado a la vivienda del presidente. A veces salía armado cuando andaba solo. “Me podrán venir a limpiar, pero seguro que me llevo alguno”. Según él, algo que aprendió con los tupamaros es que por más seguridad que pongas, nuca estás seguro. “No hay que andar con tanto cuidado porque si te la quieren dar, te la van a dar”, añadía.

 

“El poder no cambia a las personas, solo revela quiénes verdaderamente son”

El origen de toda esta irreverencia, según Danza y Tulbovitz, es el anarquismo. “Mujica es, en esencia, un anarco convencido”. ¿Un anarquista con poder? Contradicción difícil de entender, pero cierta, insisten los periodistas. Así, de la misma forma que esquivaba cada vez que podía la ceremonia, tampoco se sentía muy afecto a la Constitución y las leyes. En algunos casos, explican los autores, las entendía como meras formalidades, por más que fuese consciente de que son las que regulan su trabajo como político. “Argumenta con mucha convicción que la Constitución y las leyes son convenciones sociales surgidas de la política y que no merecen un respeto absoluto –escriben Danza y Tulbovitz–. Siempre recuerda que durante su mandato, los abogados le decían: ‘Usted, presidente, primero díganos qué quiere y después nosotros buscamos las leyes que lo justifiquen. Todo se acomoda’. Todavía bromea con eso”.

Pocas cosas más revolucionarias que un presidente anarquista que aboga por ponerle al Estado de derecho un poco más de sentido común.