Tres plagas bíblicas se abaten sobre el paraíso faraónico de Donald Trump y sus “realidades alternativas”: la recesión económica, la pandemia del coronavirus y la explosión violenta de la cuestión racial.
Trump y sus partidarios republicanos cifraban la clave de su reelección en el buen estado de la economía y el bienestar generalizado de la población. Desde el principio, han intentado con éxito atribuirse la recuperación económica que había comenzado durante la presidencia de Barack Obama. No obstante, y antes de la pandemia, se notaba la progresiva ralentización de la economía pese a una masiva reducción fiscal de las corporaciones. Continuaba el crecimiento de la economía, débilmente pero en contraste con la europea, aunque no mejoraba la condición de los salarios ni la galopante desigualdad. La pandemia ha hundido las expectativas que aún quedaban: se han reducido de forma drástica o cerrado amplios sectores industriales, multitud de pequeñas y medias empresas se han declarado en bancarrota y el paro se acerca al 13%. Además, 40 millones de parados han perdido el seguro médico de sus contratos. El confinamiento, el distanciamiento, el cierre de escuelas y parques que la lucha contra la pandemia ha obligado a imponer aumentan en no menor medida el descontento y la ansiedad de la sociedad, obligada a una vida tan contraria al estilo americano de libertad sin freno y certidumbre optimista sobre el futuro.
«El descontento generalizado por el mal gobierno y la aparente impunidad del presidente se han expresado por la tangente del racismo y la brutalidad de la policía»
Trump habría podido redimir sus pecados y asegurar su reelección si hubiera tomado las riendas de la pandemia concibiendo y dirigiendo un auténtico plan nacional. Sin embargo, su inexperiencia y su pasado plutócrata no lo han preparado para dirigir nada constructivo. En toda…