Las relaciones chino-rusas se han vuelto cada vez más estrechas desde que Vladimir Putin estableció el programa para su tercer mandato como presidente, y su inclinación hacia China se ha acentuado a raíz del comienzo de la intervención en Ucrania en 2014. Dada la situación en Ucrania y el esfuerzo redoblado del presidente chino, Xi Jinping, por lograr el “gran rejuvenecimiento de la nación china”, hay razones para esperar que en 2015 los lazos se estrechen aún más. Son muchos los escépticos que plantean dudas a este respecto haciendo hincapié en tres argumentos principales: primero, el ideal de autonomía ruso, que rechaza depender de China como socio menor; segundo, los conflictos de intereses en los que los planes rusocéntricos y sinocéntricos se solapan, como ocurre en Asia Central y en Mongolia; y tercero, la necesidad de ambos Estados –reconocida sobre todo por China– de mantener con Occidente y con sus vecinos una relación menos hostil de lo que supondría una alianza chino-rusa. Analizando estos argumentos podemos evaluar la fortaleza de su progresiva asociación.
La evolución de las relaciones entre Rusia y China es un asunto de gran importancia en el alarmante entorno actual, en el que el primero utiliza Ucrania para tomar posiciones contra Occidente, el segundo se concentra en el mar de China con el fin de hacer efectiva una zona de exclusión ampliada; y los puntos de tensión regionales, desde Corea del Norte hasta Oriente Próximo, encierran el potencial de animar a Pekín y Moscú a oponerse conjuntamente a las soluciones acordes con los principios de la comunidad internacional que Estados Unidos aprueba. Lo que pronostican los observadores que sostienen que las relaciones son frágiles y que probablemente fracasarán, es una forma fácil de eludir la incertidumbre que suscita la unión de fuerzas de dos grandes potencias. Nuestra…