En el recinto de los Inválidos, centro de París, tres voces femeninas, Camelia Jorana, Yael Nain y Nolwenn Leroy, cantaron Quand on a que l’amour, obra de los años setenta del compositor belga Jacques Brel. Eran apenas las 11 de la mañana del 27 de noviembre. Había 2.650 invitados. Entre ellos algunos, muy pocos, heridos en la matanza del 13 de noviembre.
Era un homenaje a las víctimas de la generación Bataclan. El presidente de la República hizo un discurso para muchos inolvidable. No miró un solo papel. “Francia está en guerra contra un nuevo terrorismo. Un terrorismo ciego, asesino”. Se esperaba desde que en enero, 10 meses antes, llegaran los primeros atentados contra Charlie Hebdo. A pesar de la movilización y la solidaridad del 11 de enero, expresada por el pueblo francés y por todas las democracias del mundo, el presidente de la República, el primer ministro y los responsables de la defensa de Francia no han cesado de recordarlo: la amenaza estaba ahí. La cuestión no era saber si habría nuevos atentados en París, sino cuándo llegarían.
Todas o casi todas las reflexiones se han repetido una tras otra: voluntad de ruptura, humillación, rechazo, batalla de ideas, la identidad musulmana maltratada, brutalizada… También la indiferencia de no pocos europeos e incluso franceses.
¿Qué hacer? ¿Qué hacer ahora? Cada cual en su lugar ha de reaccionar frente a la atrocidad de estos atentados. Cada sacerdote debe rezar, tender la mano y perdonar. Cada político debe preparar la respuesta. Cada hombre capaz de captar la realidad, meditar sobre ella tal como ha ocurrido. Cada intelectual, escribir informes o firmar manifiestos. Cada investigador explicar y proponer soluciones. Cada empresario evaluar riesgos a favor y en contra…
¿Y qué podemos hacer quienes nos dedicamos a la prospectiva? No renunciar ante el futuro,…