Entre lo que callan y lo que dicen el presidente Uribe y el portavoz de los paramilitares desmovilizados, Salvatore Mancuso, algunos intuyen un nuevo pacto de Estado que incorpore a las guerrillas, los paramilitares y busque una solución realista para la economía de la cocaína.
Qué está pasando en Colombia? ¿El país va mejor con Álvaro Uribe? ¿Cómo es posible tanto apoyo popular al presidente aun después de destaparse el lío de la parapolítica, que ya ha llevado a la cárcel a un nutrido grupo de parlamentarios oficialistas? ¿Cuál es el siguiente paso hacia la paz, aunque sea con minúscula?
Cuando se intenta dar una respuesta sensata y honesta a estas preguntas, uno tiene la sensación de estar ante preguntas-trampa. Cualquiera de las preguntas ha tenido ya varias respuestas que terminan por parecernos sesgadas o insatisfactorias. Tan solo uno de los hechos sucedidos en Colombia en el último trimestre sería suficiente para provocar elecciones anticipadas o una crisis política en otras latitudes. Es lógico preguntarse cuánto puede durar la excepcionalidad colombiana.
Casi todos nos acercamos al “tema Colombia” con la pretensión no sólo de entender, sino de buscar una salida del enredo, lo que pone a prueba la paciencia de muchos colombianos ante tanta injerencia externa, así sea en forma de preguntas o de miradas estupefactas. Pero como la indiferencia sería aún peor, permítasenos incursionar una vez más en el laberinto colombiano,1 más intrincado cada día, a fin de participar en el ejercicio de interpretación de una de las situaciones socio-políticas más enmarañadas del mundo actual.
Nos referiremos a los hechos más destacados de los últimos meses sobre el destape de la parapolítica; es decir, el turbio entramado entre los comandantes paramilitares, los capos del tráfico de drogas y armas, miembros de las familias políticas del oficialismo, altos funcionarios…