Desde hace años, decenas de diagnósticos sobre la situación en Cisjordania y Gaza empiezan con el mismo mantra del “estamos llegando a un punto crítico”. Nos hemos acostumbrado a que la situación sea catastrófica, empeore cada día y se haga insostenible, al anuncio de un inminente colapso que, sin embargo, no llega, y a la extenuante prolongación de una situación extremadamente dura para cuatro millones de palestinos. Pero más allá de la anomalía que supone una ocupación de más de cinco décadas y más allá de su impacto material y humanitario, ciertamente Palestina se encuentra hoy en un momento políticamente muy delicado, producto de dinámicas internas y de cambios en el contexto internacional: es un casi Estado dividido y que sobrevive de manera artificial, sus antiguos valedores han cambiado de campo, hay una amplia contestación popular reclamando cambios en la estrategia de resistencia, y es inminente una ola de más anexiones que rematarán cualquier posibilidad de crear una entidad estatal palestina soberana. Estamos en el final del paradigma de los dos Estados pero no está claro qué escenario se puede abrir a continuación.
El agotamiento de las estructuras políticas palestinas de Oslo
El gobierno palestino lleva 12 años fracturado. Desde 2007 un gobierno encabezado por Al Fatah opera desde Ramallah y es el principal interlocutor internacional, y otro gobierno encabezado por Hamás opera en Gaza, condenado a gestionar la supervivencia en una situación de asedio y de bloqueo, y sujeto a las sanciones internacionales que han reducido la provisión de ayuda. La división política nunca ha sido tan pronunciada como hoy; hay dos autoridades, con escasos recursos, ambas totalmente dependientes y que son objeto de los golpes militares o del socavamiento continuo de Israel. El gobierno de Hamás en Gaza se ha mantenido a pesar de no poder resolver…