El 19 de diciembre de 2018, la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular (GCM, por sus siglas en inglés). Tras meses de negociaciones difíciles, con muchas controversias en los últimos meses y la amenaza de varios Estados miembros de abandonar el proceso, 152 Estados votaron a favor, cinco en contra y 12 se abstuvieron.
¿Mereció la pena todo ello? La prominencia política del GCM no debe ser subestimada, y el Pacto Mundial presenta una oportunidad sin precedentes para que los actores políticos tomen acciones colectivas, particularmente para garantizar que la movilidad humana global contribuya al desarrollo sostenible.
El GCM es el primer acuerdo internacional acordado para gestionar mejor la movilidad humana a nivel global. Es un acuerdo no vinculante que especifica 23 objetivos y compromisos en varias dimensiones de la gobernanza y gestión de la migración. Está bastado en la Declaración de Nueva York para los Refugiados y los Migrantes, adoptada por los Estados miembros en la Asamblea General de la ONU en 2016 como respuesta a la llamada “crisis de los refugiados” de 2015.
“Un Pacto por el que merece la pena luchar”, así es como Angela Merkel concluyó su apasionado discurso en la conferencia intergubernamental de Marrakech, recordando la historia de su Alemania natal y el hecho de que la ONU fue fundada para combatir el nacionalismo. Resulta decepcionante que no todos los Estados miembros se mostrasen de acuerdo con ella. Suiza, tras liderar las negociaciones que llevaron al GCM e invertir mucho capital político para asegurar un resultado positivo, cedió ante la presión doméstica y se abstuvo en la votación, a la espera de un debate parlamentario. Italia siguió sus pasos, y después Brasil. Mucho se ha dicho sobre quienes optaron por salir del acuerdo, pero menos…