El filósofo francés Henry Bergson advertía en 1907 de que solemos llamar desorden al orden que no buscamos. ¿Formulación de una paradoja o revelación de la naturaleza de los sistemas complejos como el orden internacional? Hoy, más de un siglo después sabemos a ciencia cierta que el desorden, el exceso de entropía, habita como posibilidad en el orden, y que bajo su peso las sociedades humanas han tenido que esforzarse a lo largo de la historia por intentar que el cosmos, como lo llamaban los griegos, prevaleciera sobre el caos, en una búsqueda incesante por construir, mantener y reconstruir el orden.
La tensión entre orden y desorden ha estado presente en el ámbito de las relaciones internacionales desde sus albores. La interacción entre sociedades humanas ha oscilado en el péndulo de la historia entre los extremos de anarquía y jerarquía, pasando por toda la gradación de disposiciones intermedias. A lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo se han destacado dos modelos de orden internacional, hegemonía y distribución multipolar del poder. Revisando la polaridad de los sistemas internacionales de los últimos 7.500 años, un grupo de estudiosos angloamericanos (Kaufman, Little y Wohlforth) llegó a la conclusión de que los sistemas de equilibrio multipolar y bipolar (365,5 décadas) aparecían básicamente igualados con los sistemas de no equilibrio unipolar y hegemónico (362,5 décadas).
Órdenes europeos
Europa, a diferencia de otras regiones, ha privilegiado en los últimos cinco siglos, del año 1500 al 2000, los sistemas de equilibrio (41 décadas de régimen multipolar, ocho décadas de régimen bipolar y una década de régimen unipolar). El régimen de equilibrio, la balanza de poder ha constituido la respuesta europea a una cuestión de relevancia universal: cómo gestionar la multiplicidad asegurando al mismo tiempo la estabilidad. Responde sin duda a determinados factores específicamente europeos, pero representa al mismo tiempo una voluntad de validez general por establecer un sistema capaz de preservar la paz y la estabilidad sobre un trasfondo inescapable de diversidad.
«El modelo europeo de equilibrio de poder responde a dos singularidades: la condición plural europea, y la innovación institucional»
El modelo europeo de equilibrio de poder fue fruto de dos singularidades que se reunieron en nuestro continente a partir del siglo XVI, la condición plural europea, entendiendo por tal la fragmentación política del continente, y la innovación institucional. La fragmentación territorial define la multiplicidad que caracteriza el universo europeo. La innovación institucional se refiere a la aparición del Estado como construcción política sui generis, diferente del imperio y de las otras formas de organización política. La consistencia de esta nueva entidad se verá reforzada a partir del siglo XIX con la aparición del nacionalismo, otra innovación europea.
El modelo histórico europeo de gestión de la multiplicidad en el marco del Estado moderno reserva algunas enseñanzas para el mundo de hoy, como mundo en transición enfrentado a la tarea de concebir colectivamente un nuevo orden internacional. La globalización ha contribuido a generar planetariamente condiciones que se asemejan a las que conoció Europa en la edad moderna: la prevalencia del Estado como forma de organización política y la pluralidad de Estados como realidad geopolítica.
Es cierto que, junto a las semejanzas, la experiencia europea presenta rasgos distintivos no extrapolables mecánicamente a otras regiones. En particular lo que podríamos llamar dualismo histórico europeo, es decir la persistencia de dos planos históricos que se entrecruzan, la constatación de la diversidad y la aspiración a la unidad, la fragmentación territorial y la nostalgia unitaria, la añoranza en el imaginario político colectivo de la referencia del Imperio romano y sus diversas traslaciones, desde su caída hasta la desaparición de su postrer vestigio institucional en las guerras napoleónicas. Hasta la fecha el último avatar de esa simbiosis vendría a ser la Unión Europea. En el plano global, un correlato de ese dualismo podría rastrearse en la tensión entre competición y cooperación como dinámica inherente a la vida internacional. La tarea futura consistiría en buscar entre ambas un equilibrio más sostenible con el fin de asegurar un orden internacional más estable.
«Como vía para conseguir un orden mundial genuino, Kissinger propuso la modernización de Westfalia con realidades contemporáneas»
El segundo rasgo distintivo del modelo europeo de equilibrio, estrechamente asociado al primero, sería su carácter grociano, de Hugo Grocio, fundador junto con Francisco de Vitoria, del derecho de gentes, el derecho internacional. El carácter grociano, a diferencia del hobbesiano, más selvático, le viene de asentarse en el substrato de una comunidad cultural y política preexistente, la “gran república repartida en diversos estados” que diría más adelante Voltaire. A escala planetaria, el substrato común lo podrían proporcionar hoy las respuestas colectivas que reclaman los retos globales, verdaderos destinos compartidos, y la gobernanza de la economía global de mercado. El modelo europeo de equilibrio se constitucionaliza en la Paz de Westfalia de 1648. Este pacto fundacional y el Concierto europeo del siglo XIX son los dos grandes arreglos internacionales genuinamente europeos. Los órdenes que seguirán, tras la Primera Guerra Mundial y la Segunda, cuando se produzca el descentramiento internacional de Europa, su pérdida de subjetividad histórica, ya no serán arreglos estrictamente europeos. Para dar cuenta de la experiencia genuinamente europea y de su potencial relevancia actual conviene que nos detengamos en el examen de los dos primeros.
La Paz de Westfalia
La Paz de Westfalia interviene para poner fin al paroxismo de las guerras de religión, la espiral de violencia desatada por la lucha ideológica sin cuartel entre católicos y protestantes, marcando un hito perdurable en el desarrollo de las relaciones internacionales. La solución que los negociadores supieron dar a esa dinámica conflictiva puede resultar hoy de nuevo relevante. El núcleo de los acuerdos suponía:
- Secularizar la política exterior, desconfesionalizarla. En última instancia, las ideologías, sagradas o profanas, propenden a lo absoluto y son reacias a la transacción. En adelante todo Estado soberano sería libre de determinar su confesión. La separación conceptual de la política y la moral religiosa era un legado del humanismo renacentista, etapa del proceso emancipador que culminaría con la Ilustración, que continúa despertando reticencias a día de hoy. Los ecos de ese viejo espíritu se dejarán escuchar en la confrontación ideológica de la Guerra Fría, en la Guerra contra el Terror y en algún empeño actual por pensar el mundo bajo la división en bloques ideológicos antagónicos. Una futura moral internacional para ser universal habrá de ser inclusiva. Ya decía Kant, padre de la moral cosmopolita y numen tutelar de la integración europea, que podía concebir un político moral, atento a la prudencia política, pero no un político moralizante. En nuestros días un político liberal cosmopolita, Alexander Stubb, presidente de Finlandia, acierta a añadir que no se trata de comprometer tus valores, sino de respetar los de los demás… y comprometer alguno de tus intereses.
- Reconocer el pluralismo, la multiplicidad de Estados frente al empeño por reconstruir la unidad imperial o la religiosa. Consolidando el Estado soberano, la lógica territorial frente a la lógica jurisdiccional feudal, la concepción de la independencia política y la igualdad soberana. Cuando años más tarde, el paradigma nacional y luego democrático sucede al paradigma dinástico, Europa habrá alumbrado un sistema sólido de potencial validez general. Ya en el siglo XX, al consumarse el proceso de descolonización tras la Segunda Guerra Mundial, estos postulados constituirán un acervo colectivo al que ningún país querrá renunciar.
- Centrarse en el acuerdo sobre los procedimientos, el consenso procesal, neutral en términos de valores, y no sobre la substancia, siempre más Precisamente por esta razón proponía Kissinger como vía para conseguir un Oorden mundial genuino la modernización del sistema de Westfalia informado por las realidades contemporáneas.
La hegemonía conduce al equilibrio sentenciaba el pope del realismo norteamericano, Kenneth Waltz, en una mirada retrospectiva a Europa. La oposición al dominio de los Austrias llevó a Westfalia, la resistencia a los designios hegemónicos de Francia, y de paso el reparto de las posesiones europeas de España llevaría a Utrecht. El Congreso de 1713 reafirma el sistema de equilibrio de poder que se mantendrá en Europa hasta el vendaval de la revolución francesa. Tras la dislocación territorial y política provocada por las guerras napoleónicas, el Concierto europeo va a asegurar durante un siglo la estabilidad general en Europa a pesar de las turbulencias de conflictos localizados de alto potencial desestabilizador (guerra de Crimea, guerra franco-prusiana).
El Congreso de Viena
Como en el caso de Westfalia, el Congreso de Viena arbitrará soluciones que siguen resultando relevantes:
- Se concibió como un orden de inclusión, una paz capaz de incorporar a vencedores y vencidos. Con una estrategia clarividente supo cooptar a la potencia vencida, Francia, como partícipe responsable en el nuevo orden. El carácter inclusivo de Viena contrasta con la lógica de exclusión que presidirá los arreglos que siguieron a la Primera Guerra Mundial y a la conclusión de la Guerra Fría. El potencial de estabilización y desestabilización de uno u otro enfoque es históricamente constatable.
- Prevenía contra el unilateralismo, contra el recurso a las actuaciones unilaterales que suelen resultar disruptivas en los sistemas internacionales. Los miembros del Concierto venían obligados a consultarse en las cuestiones vitales, lo que arbitraba en la práctica un verdadero derecho de veto. Ejemplo de contención y moderación que contribuyó poderosamente a la longevidad del sistema.
- Reconocía la responsabilidad especial de las grandes potencias en el mantenimiento del sistema. Ante el dilema que acecha a los proyectos de ordenación internacional, optó por conciliar el carácter multilateral del sistema con la eficiencia a través de la creación de un directorio de las grandes. Esta fórmula mixta de gobierno tendrá un éxito perdurable, y se replicará en la composición del Consejo de la Sociedad de Naciones y del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Reflejando su perdurabilidad, dos conocidos publicistas de Estados Unidos, Richard Haass, presidente emérito del Council on Foreign Relations y Charles Kupchan, propusieron hace tres años un Concierto de Poderes para la Era Global, afín al Concierto Europeo, como vía mejor y más realista para avanzar en el orden mundial.
- El Concierto Europeo, a diferencia de la Paz de Westfalia, sí contenía un componente ideológico. Su propósito, orquestado a través de la Santa Alianza, era preservar el statu quo postrevolucionario más que modelar el mundo de acuerdo con ideologías redentoras como las que aparecerían más tarde. Pero el componente ideológico reactivo pondrá en peligro la necesaria correlación entre poder y justicia que debe animar a todo orden internacional y comprometerá a la larga la sostenibilidad del Una lección histórica más a favor de la neutralidad substantiva de Westfalia.
Órdenes globales
La Primera Guerra Mundial, sus orígenes y secuelas siguen siendo objeto de encendido debate entre los historiadores. En los últimos años se vuelve a invocar su precedente para alertar sobre los riesgos de que el mundo se dirija de nuevo sonámbulo hacia el precipicio. Lo que no parece discutible es que marca el inicio de la decadencia de Europa, de su descentramiento histórico. Para el propósito de este artículo, me ceñiré a tres consideraciones sobre su significación:
- La Gran Guerra no fue una consecuencia inevitable del Concierto Europeo, un resultado inexorable inscrito en la dinámica del sistema, como se sostiene cuando se sigue la vieja lógica escolástica del post hoc, ergo propter hoc, sino de su torpe gestión, de la miopía de los políticos post-Bismarck y del abandono del espíritu de consenso y concertación que había presidido su fundación. Europa recibía la visita de su Némesis, en castigo a su Hubris, su demasía.
- A diferencia de los órdenes inclusivos anteriores, Westfalia y Viena, genuinamente europeos, Versalles instaura un orden de exclusión que no aspira a cooptar a los Al margen de las reparaciones, el Tratado estigmatiza a Alemania al adjudicarla en su artículo 231 la responsabilidad de la guerra. John Maynard Keynes, que había participado en la Conferencia de Paz, escribirá proféticamente en 1920 que el Tratado de Versalles, inmoral e inviable, impone una paz cartaginesa y traerá a Europa ruina económica y guerra.
- La Sociedad de Naciones nació desvalida y no sólo por la deserción de Estados Su peripecia mostró las dificultades de someter las contingencias del mundo real a los dictados de la abstracción intelectual. El modelo reveló las limitaciones de un idealismo insuficientemente informado por el realismo. Sigmund Freud, buen conocedor de las entretelas europeas, creía que Woodrow Wilson, rey filósofo platónico, representaba la irrupción del fanatismo religioso en los asuntos europeos. En el debe del sistema figura también la gestión del colapso de los imperios centrales, algunas de cuyas secuelas han llegado a nuestros días (guerras yugoslavas, inestabilidad de Oriente Medio).
Como había vaticinado Keynes, la Gran Guerra abriría el camino a la Segunda Guerra Mundial. A raíz del conflicto Europa pierde su condición de epicentro global. La lógica de equilibrio que había operado en Europa ad intra se desplaza ahora ad extra, a la relación con la Unión Soviética. Internamente, el equilibrio como sistema será relevado por la política de integración, como nueva síntesis de la tensión histórica entre diversidad y unidad. El conflicto inaugura un tiempo nuevo en el que hacen su aparición nuevos modelos de orden internacional.
La Guerra Fría y después
De 1945 hasta la fecha, en un lapso de 80 años, se han sucedido tres configuraciones internacionales, la Guerra Fría de 1945 a 1991, el orden neoliberal de 1991 a 2008, y el orden emergente de hoy, en busca del nombre que traduzca un contenido aún por definir. Las tres reflejan las condiciones de su tiempo y la evolución de sus rasgos más significativos. La anatomía de cada orden puede estudiarse a la luz de una decena de variables. Tal enfoque permite apreciar mejor las continuidades y rupturas entre cada uno ellos y dar pistas sobre la textura del momento actual y sus posibilidades de desarrollo futuro.
«El carácter inclusivo de Viena contrasta con la exclusión de los arreglos que siguieron a la Primera Guerra Mundial y a la Guerra Fría»
Las variables, centradas en este artículo en las potencias occidentales en razón de su preeminencia histórica, pueden dividirse a efectos expositivos en internacionales y domésticas, dejando claro que todas ellas se influyen y alimentan mutuamente. Entre las variables internacionales destacan la polaridad, el grado de concentración o difusión de poder internacional que ha dado lugar a tres formaciones, unipolar, bipolar y multipolar. La Guerra Fría fue bipolar, el orden neoliberal unipolar y el orden emergente se debate entre la tentación bipolar y la realidad crecientemente multipolar. La segunda variable, el modelo de relación entre las grandes potencias, se tradujo en guerra fría en el primer período, en interregno posguerra fría en el segundo, y en el tercero podría traducirse de nuevo en guerra fría, o más optimistamente en paz fría si las grandes potencias llegaran a ser capaces de ponerse de acuerdo sobre algunas reglas básicas de coexistencia.
La tercera variable representa las estrategias, las políticas empleadas para gestionar la relación entre las grandes potencias. El primer período estuvo dominado por la política de contención, el segundo por la expansión del modelo neoliberal, el tercero oscilará entre la confrontación y la cooperación en función del modelo de relación que termine por prevalecer. La cuarta variable hace referencia al índice de globalización, al grado de apertura internacional. El primer período conoció una globalización dirigida, el segundo la llamada hiperglobalización, el tercero parece decantarse de nuevo por una globalización modulada. La quinta y última variable alude a la percepción de la amenaza, Armagedón nuclear en el primero, terrorismo en el segundo. En el tercero podrían convivir los riesgos climáticos con el retorno de la amenaza nuclear.
En el ámbito doméstico sobresalen otras cinco variables. En primer lugar, el paradigma económico, en función de la doctrina dominante sobre las relaciones entre sociedad y mercado. El primer período fue keynesiano, el segundo neoliberal y el tercero está siendo más ecléctico con tendencia a un nuevo mercantilismo. La segunda variable se refiere al sistema de partidos políticos. En el primer período predominó el bipartidismo, en el segundo el multipartidismo que resultaba de la fragmentación política, en el tercero asistimos de momento al auge de los partidos populistas. La concentración o dispersión de partidos dependerá en última instancia del grado de cohesión social que el sistema sea capaz de generar.
La tercera variable viene definida por la cultura social prevalente, cívica en el primer período, identitaria en el segundo, y dominada por las guerras culturales en el tercero, a la búsqueda de un nuevo equilibrio social. La cultura cívica fomentó la cohesión nacional, la identitaria favoreció la disgregación, las guerras culturales la polarización. La cuarta variable doméstica está conformada por las ideologías. Anticomunismo en el primer período, caricaturizado en el macartismo y neoliberalismo en el segundo, parodiado en la ideología woke. El tercer período se antoja más ecléctico. Coexistirán un liberalismo renovado, las ideologías legitimistas o restauracionistas y la admisión creciente de la pluralidad del mercado global de ideas. La quinta y última variable sería la tecnológica, en función de la tecnología más representativa de cada época, la automoción en el primero, internet en el segundo y la inteligencia artificial en el tercero. La primera tecnología potenció el sector manufacturero, y el sistema fordista de salarios competitivos. La segunda abrió la puerta a la uberización de la economía y al nacimiento del precariado. La tercera, podría alumbrar una nueva economía y, en alianza con la biotecnología, una nueva sociedad encaminada a un futuro potencialmente post-humano.
Tras la Segunda Guerra Mundial
En las páginas que siguen aplicaremos estas variables al examen de los tres órdenes que se han sucedido desde la Segunda Guerra Mundial.
El primer período, la Guerra Fría, se extiende de 1945 a 1991, del final de la guerra a la disolución de la Unión Soviética. El desenlace del conflicto mundial daría lugar en realidad a dos sistemas yuxtapuestos, un orden global asentado en las Naciones Unidas y las instituciones de Bretton Woods, y un orden regional centrado en la OTAN. El orden global había sido promovido por FD Roosevelt como fruto de su visión unitaria del mundo para la gestión del orden internacional de la posguerra, a cargo de nuevo de un directorio de las grandes potencias.
«Guerra Fría es un oxímoron de George Orwell en 1945 para dar cuenta del nuevo mundo ominoso que anunciaba el arma nuclear»
A su muerte, el orden regional será favorecido por Truman como respuesta a la nueva percepción de la amenaza soviética que invertía la lógica de alianzas de la guerra. A la luz de nuestras variables, este primer período fue bipolar, de guerra fría, dominado por la política de contención, de globalización dirigida y sensible a la amena. En función de las variables domésticas, keynesiano, bipartidista, de cultura social cívica, marcado por el anticomunismo y el auge del sector manufacturero.
Guerra Fría es un oxímoron empleado por George Orwell en 1945 para dar cuenta del nuevo mundo ominoso que anunciaba la aparición del arma nuclear. Sería traducido más cartesianamente por Raymond Aron como paz imposible, guerra improbable. A diferencia de sus antecesores, inaugura un orden bipolar inédito por su alcance global. La rivalidad ideológica entre capitalismo y comunismo, dos ideologías igualmente redentoras y universalistas, y la paridad nuclear sellarán la división del mundo en dos bloques antagónicos. La política de contención sería la estrategia escogida para hacer frente a la amenaza soviética. Su primera versión, inspirada por George Kennan era más defensiva, la segunda, animada por Paul Nitze, sería más expansiva. En el centro del sistema, la Guerra Fría fue fría y no caliente en última instancia por la irrupción del arma nuclear, paradoja última de un instrumento de guerra que iba a servir no para hacerla sino para prevenirla. La amenaza nuclear desató entonces una verdadera paranoia que contrasta vivamente con la indiferencia que parece suscitar en nuestros días.
Hoy vuelve a hablarse de guerra fría, esta vez con China, o más bien con China y Rusia, en una inversión dramática de la estrategia de triangulación ideada por Kissinger. De confirmarse esta tendencia, habría que ver que versión escogería de la política histórica de contención. En contra de este escenario militan como es sabido razones poderosas, la impronta económica de China, la interdependencia económica global, la lógica de cooperación que reclaman los retos compartidos, el distinto dramatismo de las diferencias ideológicas, la reluctancia del Sur Global a tomar partido, la disociación de geoeconomía y geopolítica. La Guerra Fría promovió una globalización moderada que supo preservar el equilibrio entre autonomía nacional y mercado global. Estuvo simbolizada por el GATT, más proteccionista que su sucesora la OMC. Se había aprendido la lección de la primera globalización y su contribución a la inestabilidad de entreguerras.
La política económica keynesiana, anticipada por el New Deal de Franklin Delano Roosevelt, dominará el período. Respondiendo a las necesidades de reconstrucción de la posguerra y al interés por ofrecer un modelo atractivo que pudiera competir ventajosamente con el paraíso socialista, impulsó el Estado de bienestar y un nuevo pacto entre capital y trabajo, de carácter fuertemente redistributivo, con el viento a favor de un vigoroso crecimiento económico (4,3% de media entre 1945 y 1975).
Las condiciones del período facilitaron la cohesión nacional. El sistema político tiende al bipartidismo, al dominio de los dos grandes partidos, cristianodemócrata y socialdemócrata, que acaparan el 80% de los votos. La cultura cívica dominante actúa como aglutinante. La ideología de referencia, anticomunismo y peligro rojo, potencia la cohesión. El auge de la industria manufacturera y los incrementos sostenidos de productividad refuerzan la adhesión social.
Las variables del período se conjugaron virtuosamente para generar una potente dinámica centrípeta. La Guerra Fría, el miedo al comunismo, la pujanza de algunos partidos comunistas en Europa Occidental, espolearon la búsqueda de un nuevo acomodo entre Estado y mercado instaurando el Estado de bienestar. Los efectos igualitarios, estabilizadores, de la política económica favorecieron la cohesión nacional, el bipartidismo, la cultura cívica y el respaldo masivo a la política internacional. Los treinta gloriosos, llamaron a estos años los franceses.
El orden neoliberal
El segundo período, el orden neoliberal, se prolonga desde 1991 a la Gran Recesión. A la luz de nuestras variables, el período será unipolar, de posguerra fría, de expansión del orden neoliberal, de hiperglobalización, de disipación de la amenaza nuclear y emergencia de la amenaza terrorista. En función de las variables domésticas, de economía neoliberal, de erosión del bipartidismo, de auge de las culturas identitarias y expansión de internet.
El neoliberalismo en economía y en política define el período. Su triunfo parecía cumplir la ley pendular que regula las relaciones de equilibrio entre Estado y mercado, intuida por Karl Polanyi. Al afán de intervención keynesiano sucedía el prurito de liberalización de los mercados. El objetivo, había defendido Milton Friedman, era emancipar a la economía de la política.
Con la desaparición de la Unión Soviética se desvanecían los contrapesos del equilibrio bipolar, inaugurando la etapa unipolar de hegemonía norteamericana. Animado por la escatología optimista del fin de la historia, Washington optó por la expansión del orden liberal más allá de las fronteras de la Guerra Fría. “El sucesor de la doctrina de la contención ha de ser una estrategia de ampliación” (Anthony Lake, consejero de Seguridad Nacional del presidente Bill Clinton). En medio de la euforia, la lógica de inclusión cedería una vez más a la lógica de exclusión.
Las recetas monetaristas se impusieron en los 70 para hacer frente a las tensiones inflacionarias provocadas por las dos crisis del petróleo. El cambio de paradigma, del keynesianismo al neoliberalismo, terminaría siendo asumido por el centro izquierda (Clinton, Blair, Jospin, Schröder). La dinámica de liberalización se vio acompañada por un proceso de desregulación generalizada, de las finanzas a los mercados audiovisuales, con repercusiones de largo alcance en la financiarización de la economía (derogación de la ley Glass-Steagall), el apogeo del mercado de derivados (700 trillones en 2010, equivalente al PIB mundial de las dos décadas anteriores), o los requerimientos de objetividad de los medios de comunicación (revocación de la Fairness Doctrine). La globalización por su parte entró en una nueva fase, la llamada hiperglobalización, que terminaría planteando un trilema insoluble con la democracia y la soberanía nacional.
La cohesión de la Guerra Fría sufrirá la erosión de las dinámicas de disgregación. La cultura cívica cede el paso a la fragmentación de las culturas identitarias. El bipartidismo pierde 15 puntos porcentuales en las elecciones, emergen nuevos partidos en los extremos con programas hasta entonces marginales, nacionalismo, proteccionismo, populismo, se debilita el respaldo a la política internacional y se resiente el alineamiento del Sur Global con las posiciones occidentales. Así como la Guerra Fría había generado una potente fuerza centrípeta, el neoliberalismo va a incubar una vigorosa dinámica centrífuga, cuyas consecuencias han llegado a nuestros días.
La Gran Recesión
El tercer período, el orden emergente actual, se extiende desde la Gran Recesión hasta nuestros días. Las fases de transición, punteadas por los síntomas mórbidos que había entrevisto Antonio Gramsci, presentan encrucijadas que abren posibilidades diversas y escenarios potenciales alternativos. Las grandes alteraciones internacionales suelen verse acompañadas por crisis económicas y síntomas de agotamiento del sistema que anuncian un cambio de ciclo y la renovación del paradigma dominante.
Aplicando las variables empleadas para examinar los dos sistemas anteriores, el período actual se caracterizaría por oscilar entre la tentación bipolar y la realidad multipolar de fondo, la reedición de la guerra fría o la búsqueda de un acomodo más estable, la alternativa entre confrontación y cooperación, la modulación de la globalización. De acuerdo con las variables domésticas, por un paradigma económico más ecléctico que refuerza el papel del Estado, la persistencia de los partidos populistas y de las guerras culturales, la coexistencia del liberalismo renovado con ideologías de restauración y la constatación creciente de la pluralidad del mercado global de ideas. La IA y las tecnologías de frontera permearán la evolución de la economía y de la sociedad.
La corriente de fondo que atraviesa el período es el proceso dramático de redistribución de poder que se está operando en el mundo. A la Gran Divergencia entre Europa y Asia que arrancó con la Revolución Industrial, ha sucedido la Gran Convergencia y el reequilibrio en la distribución del PIB global. Los cambios en la distribución de poder terminan siempre por traducirse en reajustes en la configuración del orden internacional. En la nueva realidad geopolítica, Occidente pierde peso económico relativo y el monopolio de las ideas.
El fin de la Guerra Fría y el eclipse del orden unipolar contribuyeron a esponjar el espacio político internacional. Si la tensión internacional suele ser centrípeta, la distensión tiende a surtir efectos centrífugos. Ante la perspectiva de reedición de la Guerra Fría, el antiguo Movimiento de No Alineados resurge en el Sur Global.
La evolución del nuevo orden se verá influida por el curso que adopte Estados Unidos para gestionar la llamada transición post-hegemónica. En teoría, el gap entre recursos y compromisos y el horizonte de crisis fiscal podrían corregirse por dos vías: aumentando recursos (subida de impuestos, contribuciones de los aliados, políticas inflacionistas, renovación y rejuvenecimiento doméstico), o reduciendo costes (despliegue defensivo menos costoso, guerra preventiva, abandono unilateral, nuevas alianzas, políticas de apaciguamiento). Las elecciones presidenciales de noviembre proporcionarán las primeras pistas sobre el curso que, elegido y sobre la orientación, continuista o más transaccional y aislacionista, que vaya a prevalecer en Estados Unidos.
La nueva realidad geopolítica sitúa a Europa ante desafíos inéditos. El mundo previsible en el que nació y generó su ADN está siendo reemplazado por un mundo nuevo al que va a tener que adaptarse. Dispone de activos suficientes y de un acervo de siglos de experiencia para reconvertirse geopolíticamente y reajustar su relación con el mundo, recuperando pragmatismo estratégico, mejorando su bridging capital o capacidad de tender puentes, privilegiando el diálogo sobre el monólogo, haciendo uso en suma en las relaciones con los demás de la cultura del compromiso y acomodo de intereses en conflicto que tan buenos resultados ha rendido en su propia construcción. Si la Europa de las naciones se fundó en la guerra (“la guerra hace al Estado y el Estado hace la guerra”, sentenció Charles Tilly) y la Unión Europea, en un contexto geopolítico propicio, se fundó para la paz, ¿en qué vocación se fundará la Europa del futuro en un contexto geopolítico adverso?