Ni la respuesta a las revueltas árabes ni el proceso de paz palestino-israelí producen tanto desacuerdo entre EE UU e Israel como las relaciones con Irán. La presión a Obama para frustrar la vía diplomática y la aprobación de nuevas sanciones acercan el mundo a la guerra.
La relación entre Estados Unidos e Israel atraviesa un momento de profunda crisis debido al asunto iraní. El conflicto, fraguado desde hace bastante tiempo, aproximadamente desde principios de los años noventa, se acerca a su clímax a cada minuto que pasa. La falta de química personal entre Barack Obama y Benjamin Netanyahu es abismal –Obama y Nicolas Sarkozy fueron sorprendidos por la prensa mientras comentaban que ninguno de ellos soportaba al primer ministro israelí– y existen abundantes desacuerdos en cuestiones como las recientes revueltas árabes, el conflicto palestino-israelí y sobre cómo tratar con Irán.
Públicamente las dos partes afirman compartir un objetivo común con Irán, a pesar de evaluar los riesgos de diferente manera. Pero en verdad las divisiones son mucho más profundas. Israel está firmemente comprometido con el objetivo “cero enriquecimiento” del anterior gobierno estadounidense de George W. Bush; es decir, que la única manera de prevenir una bomba iraní es evitar que el país adquiera tecnología nuclear. “El enriquecimiento [de uranio] en Irán es realmente inaceptable”, me dijo en octubre de 2010 Dani Ayalón, viceministro de Asuntos Exteriores israelí.
La administración Obama ha preferido dejar este asunto abierto, sin rechazar ni aceptar esa línea roja. La indecisión solo ha alimentado el miedo israelí a que la Casa Blanca finalmente apoye un acuerdo con Irán, dado el precedente del intercambio de uranio iraní de bajo enriquecimiento para el combustible de un reactor de investigación en Teherán a principios de 2009. Tanto Francia como Israel han argumentado que ese acuerdo podría legitimar el…