Las convulsiones vividas en la seguridad mundial durante algo más de dos décadas del siglo XXI se deben a que nos encontramos en un periodo de “transición”. Este término define el proceso de cambio entre una situación presente conocida y otra futura previsible. La realidad es más compleja. Y la complejidad aumenta con cada gran acontecimiento que sacude el escenario internacional. Ciertamente, estamos viviendo una transición desde un orden mundial, liderado por Estados Unidos, con evidentes signos de agotamiento, pero no parece nada claro dónde terminará el proceso de cambio. Todo indica que China desempeñará un papel esencial, aunque no se puede determinar aún si ese orden será bilateral o multilateral. La guerra en Ucrania arroja todavía más interrogantes sobre la evolución futura de los acontecimientos, hasta el punto de que quizá solo podamos hablar, hoy día, de una incierta pugna por la hegemonía en la que comienzan a vislumbrarse indicios de lo que podría convertirse en una política de bloques.
Tras la desaparición de la Unión Soviética, parecía el momento del éxito definitivo de EEUU como modelo político y económico, así como única potencia militar global. En ese tiempo nuevo, se esperaba que Naciones Unidas recuperase su papel de árbitro internacional, con el poder de la superpotencia norteamericana como garantía y respaldo. Sin embargo, el sistema comenzó a resentirse cuando aún no había tenido tiempo de configurarse por completo.
Auge y decadencia de la hegemonía estadounidense
Un acontecimiento en apariencia menor, la intervención de la OTAN en Kosovo en 1999, comenzó a mostrar las grietas del nuevo sistema. En ese conflicto quedó patente la prepotencia de EEUU y sus aliados, la frustración rusa y el enfado chino. Tras ella, Washington salió decepcionado del grado de apoyo de sus aliados y encaminado hacia un unilateralismo cada vez más visceral….