A lo largo de la historia los avances tecnológicos han ido moldeando las ciudades. La capacidad de diseñar y construir sistemas de canalización de agua y saneamiento permitieron el desarrollo de Roma. La tecnología defensiva favoreció el desarrollo económico en el interior de las ciudades medievales y, más recientemente, el coche revolucionó la dinámica urbana a lo largo del mundo.
La nueva frontera en la transformación de la ciudad parece también ligada a la explosión tecnológica de los últimos años. En un intento de imaginar este futuro, el consejo de asesores en ciencia y tecnología del presidente Barack Obama publicó en 2016 un informe titulado “La tecnología y el futuro de las ciudades”. Entre los ejercicios de predicción futurista, el que más tirón ha tenido es el que imagina urbes donde miles de sensores recogen y analizan datos en tiempo real, conectando la toma de decisiones y mejorando la vida de los ciudadanos. Ciudades inteligentes o smart cities como la que Alphabet –matriz de Google– está desarrollando en Toronto a través de su otra filial, Sidewalk Labs.
Esta utopía – o distopía, según se mire– aún no se ha materializado, pero el gran desarrollo del ámbito digital en los últimos años ya está generando impactos tangibles en el espacio físico y las condiciones socioeconómicas de las ciudades. La transformación está conectada al surgimiento de plataformas digitales como Uber o Airbnb, que están revolucionando aspectos urbanos clave como la movilidad o la vivienda. Un proceso de transformación urbana distinto, y muchas veces eclipsado por el entusiasmo que ha provocado la idea de las ciudades inteligentes, pero con efectos tan reales y ya presentes que merece la pena detenerse a analizar.
Historia de una paradoja
Si las ciudades surgieron por los beneficios que genera la proximidad, uno podría pensar que las…