El 1 de diciembre de 2019 comenzó a ejercer sus tareas, con un mes de retraso, la nueva Comisión Europea presidida por Ursula von der Leyen. Su investidura consiguió superar en julio las reticencias del Parlamento Europeo ante el fracaso del sistema de Spitzenkandidaten, pero la formación del colegio de comisarios ha estado sometida a semanas de incertidumbre por el rechazo de tres de los candidatos, que no consiguieron obtener la confianza de los parlamentarios tras sus comparecencias ante los comités correspondientes. Una vez aceptados los nombres de sus sucesores, el respaldo recibido en Estrasburgo por el conjunto del equipo de Von der Leyen ha sido muy amplio, incluso mayor que el logrado en su investidura y que el obtenido por la Comisión de Jean-Claude Juncker cinco años antes.
Ese mismo 1 de diciembre, Charles Michel tomó el relevo de Donald Tusk en la presidencia del Consejo Europeo, y Josep Borrell asumió su doble responsabilidad como vicepresidente de la Comisión y alto representante para la política exterior y de seguridad. Pocas semanas antes, Christine Lagarde había tomado posesión como presidenta del Banco Central Europeo, ocupando la silla que dejaba libre Mario Draghi al final de su exitoso mandato.
Se abre así un nuevo ciclo en la política europea. Los próximos cinco años van a ser cruciales para el proceso de integración, y no solo por las nuevas prioridades y orientaciones que acompañan a estos cambios al frente de las instituciones de la Unión Europea. En los países miembros están sucediendo muchas cosas, de cuya evolución dependerá en buena medida la suerte de nuestro destino común. Bruselas, sin olvidar a Fráncfort, es el lugar donde se adoptarán, o se aplazarán, las decisiones más relevantes para el futuro de la UE. Pero quienes se sientan en la mesa del Consejo Europeo, donde…