Generalmente, se considera que la política exterior es un terreno en el que predominan factores de estabilidad y de permanencia. Constituye un axioma ampliamente aceptado el que la misma debe basarse en el consenso entre las principales fuerzas políticas, circunstancia que le permitirá preservar los rasgos de continuidad y constancia como expresión de los intereses permanentes de cada país. En el caso de España, la política exterior a lo largo de estos últimos veinticinco años de democracia no ha escapado a esta norma. La figura y el papel del rey Juan Carlos en las relaciones exteriores de nuestro país ha contribuido a reforzar este elemento de continuidad.
Sin embargo, España, como otros países europeos, ha vivido en las últimas décadas un tiempo histórico rico en transformaciones y adaptaciones. La restauración de la democracia ha significado una profunda mutación de las estructuras políticas, económicas y sociales, a lo largo de un período que comienza en la época de la transición y llega hasta nuestros días.
Este proceso singular, que otorga sus particulares características a la España de este fin de siglo, hace que nuestro país se asome al tercer milenio con rasgos nuevos, en un entorno internacional asimismo renovado, y ello se traduce en planteamientos innovadores en su política exterior.
Tales novedades son perceptibles, en primer lugar, en el papel que España desea desempeñar en la escena internacional y que le lleva a un mayor protagonismo en ámbitos tales como las instituciones de defensa, el impulso de la Unión Europea, la inmigración y la ayuda oficial al desarrollo, la economía, la cultura y la lengua, por citar los más relevantes.
Existen igualmente ámbitos geográficos en los que la nueva realidad de España se manifiesta con más fuerza y mayor énfasis: no sólo las áreas tradicionalmente objeto de nuestra acción como es…