‘No miramos atrás, a las montañas’
Le quedaba mucho todavía. J. Robert Oppenheimer, “padre de la bomba atómica” y protagonista de la última película de Christopher Nolan (2023), publicaba estos versos en 1928, sin saber que mucho tiempo después, habiendo vivido algunos acontecimientos que entonces no podía ni imaginar, volvería a mirar atrás, muchas veces, demasiadas, a las montañas y a lo que sucedió en aquel laboratorio secreto de Los Álamos, Nuevo México, en el que alumbró la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, su manera de hablar de liderazgo resulta acertada, al centrarse en el núcleo de la cuestión, cómo cada uno de estos actores consiguieron sus objetivos en un contexto determinado, lo que Kissinger llama “combinación de carácter y circunstancia”. Por ello, la introducción y las reflexiones finales sobre liderazgo son los capítulos menos valiosos del libro, porque no hay un sistema ni una visión general que explique el conjunto de la obra.
Oppenheimer es una complejísima y perturbadora narración que atrapa al espectador y le enfrenta con los mismos dilemas, tragedias y enseñanzas con las que se enfrentaron, hace casi un siglo, algunas de las mentes más brillantes que ha producido la física. De factura técnica impecable, y con la profundidad característica del director –lo más parecido a un científico loco en Hollywood, siempre dispuesto a explorar los confines de la narrativa cinematográfica–, Oppenheimer deja 180 fascinantes minutos a la altura de un personaje también fascinante y clave para entender lo que fue el mundo de entonces, el que siguió y el que sigue al que siguió.
Repartida en diferentes momentos de la vida del protagonista, Nolan nos enfrenta a los demonios que produce la exploración científica y el impulso atávico de llegar hasta el límite que permite lo posible. Esos demonios se convierten en pesadilla y culpa para el protagonista, consciente de haber abierto una caja de los truenos con consecuencias imprevisibles para la humanidad. Pero si levantas una piedra –aprendemos en la película–, puedes encontrarte una serpiente debajo. Oppenheimer la encontró, y el film nos deja, al menos, tres cuestiones relevantes para el mundo de hoy.
Primero: el padre de la bomba atómica fue perseguido, en el apogeo del macartismo, por una horda de fanáticos, demagogos e ignorantes, contrarios a que los intelectuales participen en el debate público. Esa misma pulsión subyace en las corrientes extremistas que recorren Occidente. Del nacionalismo xenófobo a la cultura de la cancelación, cabalgamos hacia un mundo en el que los costes para cualquier Oppenheimer que quiera participar de la vida pública, si lo hace a contracorriente del pensamiento dominante, serán más altos y, por tanto, nos empobrecerá como sociedad.
Segundo: Oppenheimer comprende, intuitivamente, que la cooperación multilateral es el único antídoto contra el terror que simboliza el hongo nuclear. Muchas décadas después, en 2023, las instituciones multilaterales están bajo mínimos y la carrera armamentística continúa con más actores –se suma China como protagonista, pero también India, Pakistán, Corea del Norte o Israel– que en la Guerra Fría. El temor de Oppenheimer a una reacción en cadena que destruya el mundo no solo no se ha aminorado, sino que crece otra vez. Esta nueva era, basada en la desconfianza estratégica entre las potencias y la creciente arbitrariedad, se resume en la amenaza explícita de un gobierno autoritario –el ruso– de usar armas nucleares tras invadir Ucrania. El temor, esa pesadilla de Oppenheimer, fue real durante unos meses: abrió portadas y copó conversaciones sobre política internacional en todo el mundo.
Tercero: la inteligencia artificial. Esta nueva e incipiente gran revolución tecnológica deja tantas preguntas como temores, que afectan no sol a su impacto social, sino también militar y nuclear –Estados Unidos, Francia y Reino Unido ya proponen que siempre haya seres humanos en la cadena de control de las armas nucleares–. ¿Quién protagonizará, dentro de muchas décadas, esa próxima gran película que enfrente a los espectadores del futuro con los dilemas que sufrieron los científicos en esa convulsa primera parte del siglo XXI?
En la escena final, tras obtener la sabiduría del maestro, Albert Einstein, Oppenheimer mira atrás, “a las montañas”, y nosotros nos preguntamos si la humanidad tendrá la capacidad de salvarse a sí misma. Esa misma pregunta que, tanto tiempo después, sigue tan vigente como entonces. •