En medio de la ‘primavera arabe’, la mayor preocupación para Israel es, sin embargo, Teherán. Las posibilidades de un ataque a las instalaciones nucleares iraníes nunca han sido tan reales.
Los últimos meses han sido extraordinariamente positivos para el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Los sondeos de opinión son favorables; el intercambio de prisioneros palestinos por el soldado israelí Gilad Shalit concluyó con un masivo apoyo público. Aunque la mayoría de los israelíes no están ni mucho menos entusiasmados con la labor del primer ministro, no ven una alternativa política viable. Bibi, como le llaman amigos y enemigos, podría incluso apurar hasta el final un mandato completo de cuatro años, una rara hazaña en la política israelí. Pero el poder electoral de Netanyahu en Israel sigue contrastando vivamente con la imagen que la comunidad internacional tiene de él.
Hace ya tiempo que la mayoría de los israelíes ha olvidado su famoso discurso en la Universidad de Bar Ilan en mayo de 2009, cuando reconoció por primera vez la idea de la solución de dos Estados para israelíes y palestinos. Pero no sucede lo mismo en la escena internacional, donde la esperanza (tal vez ilusión) de un nuevo Netanyahu ha sido sustituida por una profunda decepción.
Quienes deseaban que el segundo mandato como primer ministro de Netanyahu, después de un paréntesis forzoso de 10 años, fuese diferente, tienen muchos motivos para sentirse desilusionados. Da la impresión de que el primer ministro trata ahora de ganar tiempo. Las promesas de un futuro diplomático prometedor, sobre todo en relación con el proceso de paz entre israelíes y palestinos, se han dejado de lado. La posibilidad de un acuerdo de paz definitivo con los palestinos parece remota. Pero los recientes acontecimientos en Oriente Próximo, en especial la “primavera árabe”, no han traído necesariamente malas…