Desde el año 1980 me ha cabido el privilegio de encabezar dos Delegaciones norteamericanas en el curso de dos presidencias. El cometido que una y otra han tenido en común ha sido el de negociar con la Unión Soviética. Ello me ha permitido enterarme de que los soviéticos son diestros negociadores, con un agudo entendimiento de las presiones políticas a las que las instituciones democráticas occidentales son a veces susceptibles. Los negociadores soviéticos son infatigables en su afán de crear ese tipo de presiones, en la confianza de transformarlas en concesiones en la mesa de negociación sin contrapartida por su parte. Para tratar con negociadores soviéticos es decisivo estar dispuesto a permanecer en la mesa de negociación un día más de lo que ellos hubieran estado dispuestos a permanecer.
Hay otro principio más –fundamental– que debe tenerse presente y son las profundas diferencias de valores y objetivos existentes entre Occidente y la Unión Soviética. El peligro que ésta crea no tiene origen en el carácter y la cultura del pueblo ruso o de los otros pueblos incorporados por la fuerza al imperio soviético. La política de los Estados la hacen los Gobiernos y el de la URSS es un Gobierno dictatorial controlado por el Partido Comunista. La URSS ha sobrevivido más tiempo del esperado y parece que sigue impulsada por una fe marxista-leninista que se acomoda en la idea de la inevitabilidad histórica de su destino y que aun así justifica sin ambages la violencia como medio de impulsar la Historia. Hemos de agradecer que, pese a esas realidades, los imperativos de la supervivencia en la era nuclear nos exigen persistir en la búsqueda de entendimiento, de acuerdo, de paz. Nuestras negociaciones de Ginebra sobre reducción de armamentos son una de las vertientes de esa búsqueda.esde el año 1980 me ha cabido el privilegio de encabezar dos Delegaciones norteamericanas en el curso de dos presidencias. El cometido que una y otra han tenido en común ha sido el de negociar con la Unión Soviética. Ello me ha permitido enterarme de que los soviéticos son diestros negociadores, con un agudo entendimiento de las presiones políticas a las que las instituciones democráticas occidentales son a veces susceptibles. Los negociadores soviéticos son infatigables en su afán de crear ese tipo de presiones, en la confianza de transformarlas en concesiones en la mesa de negociación sin contrapartida por su parte. Para tratar con negociadores soviéticos es decisivo estar dispuesto a permanecer en la mesa de negociación un día más de lo que ellos hubieran estado dispuestos a permanecer.
Disuasión, rearme, IDE
Aspiramos a una relación que haga posible el logro de reducciones aún más amplias. Por ello seguimos desarrollando presiones en favor de soluciones políticas a las cuestiones objeto de tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética. La meta de un mundo más seguro que perseguimos nos mueve también a desarrollar extensas investigaciones sobre cómo puede la tecnología ayudarnos a conseguirlo. La Iniciativa de Defensa Estratégica de los Estados Unidos se entiende propiamente en ese contexto.
A continuación reproduzco unas frases cuyo autor seguramente no resulte evidente:
“Cuando la seguridad de un Estado está basada solamente en una disuasión mutua con la ayuda de poderosos proyectiles nucleares, depende de manera directa de la buena fe y de los designios del otro lado, lo cual constituye un factor altamente subjetivo e impreciso…”.
“La creación de un sistema eficaz contra misiles permite al Estado hacer que sus sistemas de defensa dependan principalmente de sus propias posibilidades y no sólo de la disuasión mutua…”.
Estos párrafos no pertenecen a ningún portavoz del Gobierno norteamericano. Su autor es un pensador y planificador militar soviético, el general de división Talenskiy. Sus palabras definen con precisión las metas y objetivos del programa de la IDE norteamericana.
La seguridad occidental descansa hoy en el principio de la disuasión. Esta forma de disuasión, basada en la vulnerabilidad mutua, ha acertado hasta el momento a evitar la guerra entre Este y Oeste. Pero no ha servido para disuadir a la URSS de acometer un rearme ingente y amenazador que ha introducidos un grave elemento de inestabilidad.
La disuasión sigue siendo indispensable para nuestra seguridad y para la salvaguarda de la paz. Pero, de todos modos, ¿no sería mejor basar la disuasión en una Pero, mayor para privar al agresor de alcanzar sus objetivos que el depender únicamente de nuestra capacidad para ejecutar sobre él una represalia por su agresión? Nuestros pueblos piden a sus Gobiernos más la protección frente a ataques que la mera capacidad de vengarles una vez sufrido un ataque. Es este horizonte de una disuasión más eficaz el que la investigación sobre defensa estratégica posibilita. Investigamos, con pleno respeto de las limitaciones que imponen los acuerdos vigentes en materia de control de armamentos, la posibilidad de que las tecnologías defensivas, preferiblemente las de carácter no nuclear, persuadan al posible agresor de que su ataque no alcanzará los objetivos buscados.
Un análisis frío de los problemas que afrontamos hoy en el orden estratégico ha de tener presente que desde 1972, en que acordamos los Tratados SALT I y ABM con la URSS, ésta se ha lanzado al rearme más poderoso de la Historia. En ese periodo, la. Unión soviética ha desplegado tres nuevos tipos de proyectil balístico intercontinental (ICBM), cinco nuevos tipos de submarino nuclear, cuatro nuevos tipos y cinco versiones mejoradas de proyectil balístico lanzado desde submarino (SLBM) y un nuevo tipo de bombardero intercontinental. En cambio, Estados Unidos acaba de empezar a desplegar su primer tipo nuevo de ICBM (el proyectil MX, que está produciéndose sólo en número muy limitado), un tipo nuevo de submarino nuclear, otro tipo nuevo de SLBM y un nuevo tipo de bombardero pesado. En el ámbito del armamento convencional, Estados Unidos cuenta con 781.000 hombres, frente a más de 3.000.000 por parte soviética; con 13.000 carros de combate, frente a 53.000 soviéticos; con 8.600 piezas de artillería, frente a 43.000 por el lado de la URSS, y con 625 cañones antiaéreos, frente a 11.000 por parte soviética.
Así es la cruda realidad. Y otro dato es que la URSS ha incumplido el Tratado ABM. La URSS ha construido un enorme radar cerca de Krasnoyarsk, en Siberia, en frontal contravención de dicho Tratado. Tenemos motivos para creer que la URSS puede estar haciendo intensos preparativos para la implantación de una defensa de todo su territorio contra proyectiles balísticos, no obstante haber convenido en 1972 en no hacerlo.
La Unión Soviética ha desarrollado durante largos años una extraordinaria actividad de engrosamiento de sus capacidades de carácter defensivo. Cuenta con la red de defensa antiaérea más completa del mundo y ha gastado enormes recursos en la creación de defensas pasivas para proteger a sus estamentos dirigentes, sus sistemas de mando y control, su industria y su población. Cuenta asimismo con el único sistema ABM operativo del mundo y acaba de concluir la modernización del mismo. Posee también el único sistema antisatélite operativo del mundo y ha sido la primera en lograr la destrucción de satélites en el espacio. Se calcula que solamente el 10 por 100 de los satélites soviéticos no cumple algún tipo de función militar.
Por añadidura, la URSS avanza en la ejecución de un programa intensificado de investigación sobre su propia versión de la IDE. En muchos casos esta labor de investigación comienza a partir de una base de tecnología ya avanzada. Sus investigaciones en láser son altamente avanzadas: fueron un científico norteamericano y otro soviético los ganadores del premio Nobel por la invención del láser. Resulta, pues, paradójico y naturalmente inaceptable el que la URSS se empeñe con suma prioridad en lograr una prohibición de la IDE que a la vez permita seguir adelante a la investigación soviética.
Estas realidades –el rearme, el engaño, el ingente poderío de la defensa y el programa de la IDE soviéticos– son las que están en el origen de la decisión tomada por el presidente Reagan de intensificar la investigación en materia de medios de defensa estratégica. Constituiría una enorme imprudencia en cualquier presidente norteamericano el no acometer planes de investigación en ese campo.
Lo que hemos acometido es en estos momentos un programa de carácter solamente exploratorio. Seguramente han de pasar bastantes años hasta que estemos en condiciones de tomar una decisión sobre el despliegue de medios de defensa estratégica; tal decisión podría tomarla el sucesor del presidente Reagan, pero no es probable que éste pueda, tomarla durante su mandato. Tampoco se trata de una decisión que esté ya previsto tomar en algún momento. Hay ejemplos significativos de sistemas armamentísticos para los cuales se concluyeron las investigaciones, pero que no fueron luego desplegados o mantenidos. (El bombardero B-70 y nuestro propio sistema ABM son dos ejemplos de ello.) Estados Unidos no va a tomar ninguna decisión sobre la IDE antes de haber examinado y consultado la cuestión detenidamente con los aliados. Creemos firmemente en la unidad estratégica de la Alianza Occidental, y la IDE ha de ser un factor que fortalezca esa unidad.
En un artículo publicado en Pravda, el mariscal soviético Akhromeyev aseguraba que la IDE es “incompatible con los principios que informan esencialmente el Tratado ABM”. Permítaseme oponer a esta afirmación otra clara e inequívoca de un hombre con el que dicho mariscal trabajara en su día. En 1972, el ministro de Defensa, mariscal Gretchko, dijo que el Tratado ABM “no impone limitaciones a la ejecución de investigaciones y trabajos experimentales dirigidos a dar solución al problema de defender el país contra el ataque de proyectiles nucleares”. Nuestro programa no constituye en modo alguno violación del Tratado ABM o de cualquier obligación internacional que tengamos contraída.
Cooperación estable y pacífica
Hay quienes sostienen que la aplicación de la ciencia y la tecnología a la creación de sistemas de armas constituye una amenaza contra la paz, que estamos apilando arsenales de armas cada vez más grandes y destructivas. De hecho, la tecnología nos ha permitido sustituir armas grandes y tremendamente destructivas por otras más pequeñas y de acción más discriminada. Durante los últimos veinte anos, Estados Unidos ha eliminado más de 8.000 armas de su arsenal y ha retirado de Europa más de 2.000 cabezas nucleares de fuerzas tácticas. Hemos reducido también en más de un 50 por 100 la capacidad explosiva real de nuestras bombas nucleares y misiles, y prácticamente eliminado el riesgo de detonación no autorizada de cualquiera de nuestras, armas nucleares; hoy sería casi prácticamente imposible que un terrorista pudiera hacer detonar una bomba aun cuando la tuviera en su poder. Si no hubiera sido por las pruebas nucleares y por la evolución tecnológica, no hubiera podido eliminarse esta amenaza. Efectivamente, si hace veinticinco años hubiéramos suscrito una moratoria o una prohibición de la experimentación nuclear, hoy estaríamos menos seguros y los arsenales nucleares seguirían estando constituidos por las armas vulnerables, de poca precisión y groseramente destructivas de aquella época.
Consideramos que la Iniciativa de Defensa Estratégica y las propuestas que hemos hecho en Ginebra son medios que han de ayudarnos a avanzar hacia una cooperación pacífica y estable en el espacio. El objetivo, naturalmente, es el de la “seguridad mutua”. Con comprensión tanto de las posibilidades como de los peligros del espacio, hemos de buscar una vía que permita alterar fundamentalmente la dinámica de las tensiones internacionales. Estados Unidos quiere hacer hincapié en los ingredientes de su programa que son favorables a la seguridad común. Buscamos una relación transformada con la URSS, y nuestro afán es el de superar las limitaciones tradicionales del control de armamentos.
Sabemos que ya no es posible conseguir la seguridad unilateral; no es posible ni por la retirada unilateral del mundo ni por el intento unilateral de alcanzar la impenetrabilidad. Necesitamos intentar alcanzar un acuerdo en el que haya aceptación de la responsabilidad mutua sobre las vidas de la gente de todos los países. Aspiramos a lograr un desarrollo de capacidades que puedan contribuir a protegernos del ataque nuclear. No hablamos de “fiarnos” el uno del otro. Se trata de lograr una mutación de la estructura de nuestras relaciones.
El cuadro que he trazado no es revolucionario. Es, eso sí, un cuadro de tecnologías revolucionarias que excitan a un tiempo la imaginación de científicos y profanos con la expansión de los horizontes del genio humano. Pero no es un cuadro de objetivos revolucionarios. El objetivo sigue siendo el de un mundo más seguro y estable. Tampoco es un cuadro de estrategias revolucionarias, pues la estrategia que inspira la IDE sigue siendo la estrategia de disuasión que la OTAN sostiene. Tampoco es, en fin, un cuadro de revolución en las relaciones, porque nuestra asociación con los aliados sigue siendo la piedra angular de nuestros esfuerzos en la IDE, al igual que en otras vertientes de nuestra política estratégica.
Sabemos la importancia que tiene la OTAN para la seguridad occidental. Gracias a la OTAN, Europa ha disfrutado del periodo de paz más largo de su historia moderna. La fortaleza de la OTAN es de carácter militar, pero también se sustenta en nuestras experiencias comunes y en los preciados valores humanos que tenemos en común. La fortaleza que la unidad nos proporciona es nuestra mejor posibilidad de conquistar la paz con dignidad a la que todo pueblo aspira.
Como norteamericano leí hace meses con gran interés un informe aparecido en la revista The Economist en el que se ponía de relieve la importancia de la OTAN para todos los que formamos parte de Occidente, con un análisis muy lúcido del coste que tendría para Europa una retirada de los Estados Unidos. No solamente ocurriría que Europa occidental tendría que encontrar sustitución a los ejércitos norteamericanos –casi seis divisiones– acantonados en Alemania, a las fuerzas aéreas norteamericanas –setecientos cazas en Europa– y ampliar sus armadas para sustituir a la VI Flota en el Mediterráneo. Los países europeos –proseguía el informe– tendrían que equiparse con un factor que sustituyera a la protección nuclear que presta Estados Unidos a base de submarinos portadores de proyectiles nucleares lo bastante grandes como para hacer que Alemania, Italia y el Benelux se sientan protegidos por ese arsenal. El que todo ello pueda conseguirse por menos del doble del presupuesto de defensa europeo actual es dudoso; más probablemente requeriría su triplicación. Es momento de más realismo político y menos retórica irresponsable.
Imperialismo soviético
En la búsqueda de la paz no podemos pasar por alto las causas esenciales de las tensiones existentes entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Henry Kissinger ha dicho recientemente que el imperativo fundamental al que ha de responder el mundo libre es el principio que rige el comportamiento internacional de la Unión Soviética. El enunciado de dicho principio sería que “todo lo que se ha convertido en comunista permanecerá incólume para siempre” y que “todo lo que no es comunista es susceptible de cambio por vía de la presión, la subversión, la acción guerrillera y, si es necesario, el terror”. Este peligroso principio lo reafirmó el señor Gorbachov en su discurso de Varsovia, donde proclamó que “las conquistas socialistas son irreversibles” y advirtió que todo esfuerzo para “socavar” la “comunidad socialista… internacional” constituiría una amenaza para la paz.
Los pueblos y Gobiernos democráticos del mundo no pueden aceptar y tienen que rechazar una doctrina soviética que reclama para sí el derecho al empleo de la fuerza contra Estados cuando en ellos hay grupos que tratan de convertir esos regímenes comunistas. Igualmente rechazamos la doctrina asociada a la anterior de que la URSS tiene derecho al empleo de la fuerza para mantener a los llamados países “socialistas” bajo su control ideológico y material. Rechazamos la pretensión de que el régimen soviético puede propagar su fe con la espada. Esta doctrina –la doctrina Breznev– exhibe reminiscencias del zarismo decimonónico, célebre por su aplastamiento por la fuerza de todas las agitaciones nacionalistas de la Europa oriental. Lenin calificó al imperio ruso de “prisión de naciones” y los herederos de Lenin lo llaman “comunidad socialista”; es lo mismo.
El hecho de que la Unión Soviética se autoproclamase país leninista nos concierne. En la doctrina leninista ha sido pieza capital la idea de la “irreconciliabilidad” de los dos sistemas y la “inevitabilidad” de la guerra y la violencia como instrumento para el alcance de la nueva sociedad. Mientras esa teología siga influyendo en la conducta de la Unión Soviética, tendremos que admitir que constituirá una amenaza contra nuestros valores y nuestra seguridad.
La Unión Soviética es el último imperio de nuestros días, un imperio compuesto por antiguos Estados hoy subsumidos en las fronteras geopolíticas soviéticas: los Estados del este de Europa más otros que la URSS querría incorporar, y además otros Estados de diferentes partes del mundo sobre los que ejerce control. En el último grupo, Vietnam, Cuba y potencialmente Nicaragua son particularmente importantes para el imperio, porque aportan bases para fuerzas soviéticas en el mar de China y en los océanos Indico y Atlántico. Afganistán es importante en razón de las bases aéreas que proporciona, de significación estratégica; mientras que Etiopía y Yemen del Sur aportan escalas de valor vital para las fuerzas aéreas soviéticas.
El imperialismo arrastra consigo altos costes. Occidente aprendió que el precio del imperialismo es demasiado alto y parece ser que la lección no ha llegado aún a la conciencia de la elite soviética, si bien la Rand Corporation ha calculado que en 1981 el precio expresado en dinero alcanzó la cota de 44.000 millones de dólares.
Los costes del imperio son elevados, pues. La economía soviética no da buenos resultados. No obstante, sería una ilusión subestimar la fuerza de la Unión Soviética o la amenaza que ella crea para la paz, porque su economía sí rinde lo bastante como para permitirle tener una sociedad que funciona, un poderío militar ingente, una terrible fuerza de policía exterior y una presencia que llega a todas partes del mundo.
Confiamos en que llegue pronto el momento en que las autoridades soviéticas comprendan que las sociedades represivas no pueden en nuestros días conseguir la estabilidad interna o la seguridad auténtica. Confiamos en que la dirección soviética llegue a aceptar que el permitir que se desarrolle un proceso humanizador en el seno de su sociedad es algo que va en el mejor de sus intereses. Confiamos en que la URSS llegue a comprender la necesidad de mostrar al resto del mundo que la crueldad no es indispensable a su sistema. Confiamos en que la elite dominante comprenda que la aspiración leninista de conquistar el comunismo por la violencia no tiene lugar en nuestra era nuclear. Confiamos en que las autoridades soviéticas asuman con nosotros que nuestra supervivencia como civilización depende de la toma de conciencia en común de que hemos de vivir de acuerdo con reglas de conducta internacional responsables. Confiamos, pero no podemos confiarnos.
Nuestro poderío militar contribuirá a disuadir del uso de la fuerza militar hasta el momento en que los medios de defensa estratégica puedan cumplir ese papel. Nuestra fuerza se ve inapreciablemente robustecida por nuestra profunda fe en que los valores que profesamos sobre lo humano responden a las aspiraciones de todo pueblo.
Nuestras propias actividades y comportamiento como Gobiernos y pueblos libres pueden ayudar a influir sobre la elite soviética para que cambie sus líneas de acción. Después de todo, las sociedades democráticas son las que prestan el modelo por el que la URSS se mide. No sólo busca la URSS nuestra tecnología, sino que también adopta nuestra terminología e intenta revestirse con palabras como “democracia” y “derechos humanos”. Hace mucho que somos conscientes de ese sentimiento mixto de atracción y rechazo que la URSS ha tenido con Occidente. Nuestra labor, pues, es la de intentar, tanto de palabra como de obra, modificar el poderío soviético y oponernos a él, a la vez que intentamos estimular la aparición en la URSS de una sociedad civil más plena y libre, que efectivamente satisfaga los anhelos más profundos de los pueblos de Rusia.
Nuestro mensaje ha de ser que ni nosotros ni los soviéticos podemos aceptar la presente realidad de tensión e inestabilidad amenazadora sin esforzarnos por cambiarla. La tarea de las democracias es la de ejercer la iniciativa necesaria para desarrollar formas alternativas de resolución de conflictos. Necesitamos desarrollar un sentimiento de comunidad política internacional. Necesitamos hallar una forma de resolver problemas de orden regional. Necesitamos un esfuerzo cooperativo para eliminar el hambre del mundo y favorecer el desarrollo económico. Necesitamos de manera vital y profunda asegurar la dignidad humana básica y los derechos humanos a los pueblos de todo el mundo.
Milovan Djilas, el destacado pensador, escritor y disidente yugoslavo, decía recientemente en una entrevista hecha en Belgrado:
“La paz solamente estará salvaguardada mientras las naciones democráticas libres sean militarmente fuertes y tengan suficiente determinación para hacer frente al empuje expansionista del imperialismo soviético … Occidente ha de ser fuerte en el sentido militar, pero también en el campo de las ideas … Necesitamos ser más fuertes en todo sentido; no agresivos, no provocativos, sino más fuertes. Hemos de negociar, pero sin engañarnos en modo alguno… Occidente ha olvidado que Molotov siempre iba vestido a la última moda europea y que Stalin fumaba en una pipa Dunhill.”
Todos recordamos que en su discurso de aceptación del premio Nobel, que no se le permitió pronunciar en persona, Andrei Sajarov dijo:
“Estoy convencido de que la confianza internacional, el entendimiento mutuo, el desarme y la seguridad internacional son inconcebibles sin una sociedad abierta, con libertad de información, libertad de conciencia, derechos de publicación y derecho de viajar y de elegir el país donde se desee vivir”.
Negociar es arriesgado. Es, en las palabras de Hubert Humphrey, algo parecido a cruzar un río saltando sobre piedras resbaladizas. La posibilidad de desastre aguarda a un lado y otro, pero es la única forma de cruzarlo. El objetivo de la diplomacia en una sociedad democrática y, de hecho, la suprema conquista de la política de Estado es la de perseguir pacientemente, por medio de la negociación, la paz que buscamos, teniendo siempre presente la amenaza existente contra esa paz y protegiendo siempre nuestros vitales intereses y valores.
Confiamos en que los esfuerzos que desplegamos en la negociación produzcan resultados. Por la naturaleza y la complejidad de los problemas que afrontamos, no obstante, hemos de ser asimismo conscientes de que, aun con acuerdo, todavía seguiremos más cerca del principio que de la meta en nuestro empeño. Nuestro esfuerzo ha de ser el de persuadir a los que hoy gobiernan en la Unión Soviética de que, de igual modo que ambos hemisferios del cerebro humano adecuan sus respectivas funciones en el cuerpo de modo que éste resulte un todo coordinado y operativo, así deben los hemisferios del cuerpo político –Norte y Sur, Este y Oeste– aprender a armonizar sus aportaciones a un todo que sea saludable y constructivo y que esté coordinado en la búsqueda de la libertad. Este es el empeño de Estados Unidos.