Paul Ricoeur fue un filósofo francés que reflexionó –como buen filósofo francés– sobre el carácter huidizo de la identidad y otras vanidades del hombre contemporáneo. Entre sus decenas de libros hay uno llamado Soi-même comme un autre (“Uno mismo como otro”), un título que no se entiende del todo y que por eso mismo es exacto. Cuando Ricoeur era ya un anciano venerable, aceptó la compañía de un joven estudiante de Ciencias Políticas que le ayudaba con los papeles y le prestaba el elogio último de la atención. Veinte años después, ese joven preside la república francesa. Todo el mundo le conoce. Nadie sabe bien quién es. “Uno mismo como otro”.
Palacio del Elíseo, 11 de enero de 2022. Tarde. Emmanuel Macron comparece junto al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. El turno de preguntas ha sido asignado de antemano. Al corresponsal español no le ha tocado. Sensación creciente de que podría haberse ahorrado el viaje. El corresponsal decide fijarse en detalles que las cámaras no muestran, que no podría haber visto siguiendo el acto en el ordenador. La mirada va primero al esplendoroso artesonado Napoleón III de la Sala de Fiestas del Elíseo. Qué país soberbio, Francia. Quizá no guste a todo el mundo. Pero es imposible no admirarlo. Después, el rostro de Macron. Cuando el presidente habla, la mirada brillante y la sonrisa acogedora acentúan esa oratoria de colegio francés que da peso a las frases más banales. La prosodia del líder es otra marca de grandeur francesa, admirable u odiosa.
Esta tarde consigue la proeza de presentar al insulso Michel como si fuera alguien sobre quien reposa el destino de Europa. El encanto dura mientras el presidente habla. Luego, el apagón. Macron ya ha cedido la palabra, la cámara no le enfoca, su rostro es otro. Los…