La existencia de naciones y nacionalismos en un mismo Estado plantea dos problemas que en España se eluden una y otra vez y que a todos debiera urgir abordar: la participación de los nacionalismos –vasco y catalán– en la política estatal y la situación de las naciones –Euskadi y Cataluña– en el Estado global.
El primero y más candente no es el más importante. ¿Cuál ha de ser la situación de los nacionalismos catalán y vasco en el mapa político español? Se trata, con todas las diferencias que se quiera, de dos fuerzas políticas sólidamente implantadas en sus respectivos territorios, con cuadros de notable capacidad política y técnica y actitud claramente moderada, que han hecho aportaciones clave al establecimiento y consolidación de la democracia en España. Con tales avales podría concluirse que los nacionalismos catalán y vasco están llamados a desempeñar la función capital de partidos bisagra, garantes de la moderación y la gobernabilidad, ya colaboren con la izquierda, ya con la derecha, como lo hicieron en su día los partidos laicos de Italia o es el caso del partido liberal alemán. Tal solución les proporcionaría una importante cuota de poder, pero, lo que es más importante, enriquecería extraordinariamente, dada la calidad de sus representantes y dirigentes, a la clase gobernante de todo el Estado. Si los nacionalistas entraran mañana en las altas instituciones del Estado, ejercieran las presidencias de las Cámaras y dirigieran el gobierno, quienes de verdad creemos en la integración de la España grande, deberíamos batir palmas. Lo estoy propugnando desde 1980 y no creo preciso reiterar las razones tantas veces dadas.
El sistema político español necesita incorporar plenamente a los nacionalismos vasco y catalán e, incluso, articular en torno a ellos un movimiento político netamente centrista. Solamente así podrá evitar movimientos pendulares, hegemonías y radicalizaciones. Pero…