Ha llegado el momento de que Occidente afronte como cuestión política un problema que durante años han propendido a ignorar la mayoría de los estudiosos occidentales, y que todos los políticos aún consideran tabú: la marea ascendente del nacionalismo en Europa oriental y especialmente en la propia Unión Soviética. Esta cuestión, tanto tiempo latente, está llegando a constituir, de forma dinámica y conflictiva, la realidad central del mundo soviético, que en tiempos fue aparentemente homogéneo. En verdad, así como Marx describió alguna vez el Imperio ruso cual una “prisión de naciones” y Stalin lo convirtió en el cementerio de las naciones, bajo Gorbachov el imperio soviético se está convirtiendo rápidamente en el volcán de las naciones.
Hasta hace poco, Occidente prefirió restar importancia a la realidad de las aspiraciones nacionales de Europa oriental e ignorar las consecuencias de la conciencia nacional no rusa dentro de la Unión Soviética. Además, la mayoría de los occidentales identificaban a la Unión Soviética con Rusia y asumían casi automáticamente que todo ciudadano soviético era ruso. Todo ello ha cambiado. Los conflictos nacionales han quebrado la ilusión de la hermandad comunista y el espejismo de una suerte de nacionalidad soviética supraétnica. En lo sucesivo, es probable que la crisis del comunismo que se desarrolla dentro de lo que fue un bloque soviético homogéneo se manifieste como un crecimiento de la afirmación nacional e incluso como un aumento de las perturbaciones nacionales. La realidad es que hay grandes probabilidades de que la progresiva autoemancipación de las naciones europeas orientales y la creciente conciencia de diferencias nacionales entre las naciones no rusas de la “Unión” Soviética hagan pronto del bloque soviético existente el palenque de los conflictos nacionales más agudos del mundo.
Nada de esto debe interpretarse como un lamento por el comunismo. Su desvanecimiento es una…