Autor: Jonathan M. Katz
Editorial: St. Martin’s Griffin
Fecha: 2023
Páginas: 412
Lugar: Nueva York

El nacimiento de un imperio (1897-1909)

Jonathan M. Katz nos presenta la historia de Smedly Butler, un héroe olvidado que participó en las guerras e invasiones que forjaron el imperio ultramarino de Estados Unidos. Este libro revela las contradicciones morales y la expansión imperial de una época que sigue influyendo en la política actual.
Luis Esteban G. Manrique
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“Es mucho mejor atreverse a realizar cosas grandiosas, aunque estén sembradas de fracasos, que vivir en una penumbra gris donde no se conoce la victoria ni la derrota”. Theodore Roosevelt, citado por David McCullough en The path between the seas (1978)

 

A lo largo de su historia, la Medalla de Honor, la más prestigiosa condecoración militar de Estados Unidos, se ha concedido 3.530 veces a 3.510 oficiales y soldados. Solo 19 de los condecorados las recibieron dos veces. Dos de ellos pertenecían al cuerpo de Marines: Dan Daly y Smedley Butler.

Cuando murió en 1940, Butler tuvo unos funerales dignos de su fama. En 1925, pudo verse en el cine interpretado por Lon Chaney en Tell it to the marines, uno de los mayores éxitos del Hollywood de esos años. Su leyenda estaba más que justificada. Bajo la divisa de los marinesSemper Fidelis– Butler participó en todas las guerras e invasiones que marcaron el nacimiento del imperio ultramarino de Estados Unidos durante las administraciones de William McKinley (1897-1901) y Theodore Roosevelt (1901-1909).

 

La edad de oro

En su segundo discurso de inauguración, al único presidente que Donald Trump mencionó fue a McKinley, anunciando que el pico nevado más alto del continente norteamericano se volvería a llamar en su honor. En 2015, a pedido de Alaska, la administración de Barack Obama aceptó rebautizarlo como Denali, su nombre original en lengua coyukon.

En su campaña, Trump elogió al 25º presidente por agrandar el territorio y haber hecho de los aranceles la principal fuente de ingresos del gobierno federal. Durante su niñez en la década de 1840 en Ohio, McKinley creció escuchando a su padre quejarse de la competencia extranjera, que según él condenaba a la miseria a los trabajadores. Entre 1861 y 1913 las tarifas aduaneras medias rondaban el 50%.

La nostalgia conservadora por la llamada gilded age –que coincidió en parte con la era victoriana británica y la “belle époque” francesa– no es casual. En esos años, aun no existían la Reserva Federal ni el impuesto a la renta y las mujeres no podían votar. En la reconstrucción tras la guerra civil (1860-1865), el país tuvo una expansión –económica, industrial y demográfica– sin precedentes en la historia moderna y que convirtió a su economía en la mayor del mundo alrededor de 1890.

 

«En su campaña, Trump elogió al 25º presidente por agrandar el territorio y haber hecho de los aranceles la principal fuente de ingresos del gobierno federal»

 

Entre 1870 y 1913, el país creció a una tasa media anual del 4%, muy por delante de Japón, Alemania, Reino Unido o Francia. Fue una era de esplendor para las familias patricias de la costa este a las que pertenecían, entre otros, J.P. Morgan, Andrew Carnegie, Henry Ford, John D. Rockefeller y otros fervientes creyentes en la “poesía del capitalismo y la democracia de los accionistas”.

Y no es el único paralelismo entre esa época y la actual. Según escribe Robert Kaplan en Foreign Policy, en su determinista y elemental visión del mundo, Trump ve a Groenlandia, Canadá y al Canal de Panamá como “extensiones orgánicas” de la geografía continental de Estados Unidos.

Al fin y al cabo, señala, el país llegó al XX tras un siglo de cumplir su destino manifiesto con la anexión de Texas (1845) y de California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y partes de Colorado, Kansas y Oklahoma tras el tratado Guadalupe Hidalgo de 1848. Al alcanzar las costas del Pacífico, el nuevo gigante creó las fronteras más seguras que el mundo hubiese conocido.

 

Puño de hierro sin guante de seda

El problema es que para mantener sus tasas de crecimiento, su economía necesitaba nuevos mercados para sus exportaciones. En diciembre de 1898, McKinley declaró que un canal en el istmo centroamericano era “indispensable” para acortar y abaratar el transporte de mercancías entre ambas costas.

La ideología imperial en boga no era menos importante. En On Liberty (1859), John Stuart Mill sostuvo que, como los niños, algunos pueblos no estaban preparados para la libertad, por lo que debían ser gobernados por naciones civilizadas.

La oportunidad que aguardaban los círculos imperialistas vino con la que Roosevelt llamó la “splendid little war” y que McKinley declaró contra España en 1898 tras el hundimiento del Maine en el puerto de La Habana. Tras las negociaciones en París entre Washington y Madrid, en las que no participaron los cubanos, la isla mayor de las Antillas se convirtió en un protectorado y Filipinas, Guam y Puerto Rico en colonias de facto del coloso.

Ronald Reagan solía decir que Estados Unidos podía dominar el mundo, pero que ello no se correspondía con “su carácter”. Trump, en cambio, ha mostrado creer que en una negociación las pretensiones morales son falsos principios altruistas que disimulan cínicos cálculos de poder.

 

Amnesia selectiva

En la historia de EEUU existen personajes imposibles de ignorar  –Washington, Lincoln, Luther King…– pero también muchos otros olvidados, quizá por sus vidas poco ejemplares o reñidas con la historia oficial políticamente correcta.

La idea de que una nación fundada en una rebelión anticolonial pudiese conquistar y colonizar es un anatema que se contradice con todos los mitos nacionales, desde los pilgrim fathers a la abolición de la esclavitud. En plazas y parques de ciudades de todo el país hay estatuas de Bolívar, Martí, Thaddeus Kosciuszko y Lajos Kossuth, que en su lucha por la libertad de Venezuela, Cuba, Polonia y Hungría encontraron entusiastas apoyos en un país aun joven y débil.

En 1809, sin embargo, cuando dejó la Casa Blanca, Thomas  Jefferson, que compró Luisiana a Napoleón, recomendó a su sucesor, James Madison, que las próximas anexiones de la Unión debían ser Florida, Canadá y Cuba. En 1867, el secretario de Estado, William Seward, cerró la compra de Alaska a la Rusia zarista.

En Empire as a way of life (1955), William Appleman Williams observó que un mito central de la historiografía de Estados Unidos es que nunca fue ni podría ser un imperio. Los mitos, según escribió Émile Durkheim, no son ciertos ni falsos: la gente cree en ellos por la necesidad que tiene de creer en su veracidad.

 

Actores secundarios

Butler, hoy casi olvidado, es uno de esos personajes secundarios sin los que nada puede entenderse en cualquier historia y al que Jonathan Katz dedica su último libro, una detallada biografía que sigue su rastro en archivos y en los nueve países en los que combatió Butler a lo largo de casi 30 años como marine.

En el transcurso, retrata la época en la que Estados Unidos se convirtió en un imperio, un pasado que sigue gravitando en el presente, como muestra el afán de Trump de revivirlo. Butler, según Katz, vivió en ese terreno ambiguo en el que se superponen y entrecruzan “el capital y el imperio”, que pasó de ser hemisférico a global en unas pocas décadas.

Butler murió atormentado por sus contradicciones y responsabilidad en las aventuras imperiales de la gilded age. Roosevelt creía que de la expansión territorial dependía la propia virilidad de la nación, que amenazaba con desvanecerse con el fin de la conquista de las grandes praderas de manos de sus pobladores nativos: sioux, apaches, navajos, cheyennes….

 

«Butler murió atormentado por sus contradicciones y responsabilidad en las aventuras imperiales de la ‘gilded age'»

 

Butler fue un prolífico escritor de cartas en las que describe sus experiencias en México en 1914 para hacerlo un país seguro para la Standard Oil, en Haití y Cuba para el National City Bank y en Nicaragua y Honduras para la United Fruit.

Rumbo a la isla antillana con 16 años, Butler dice sentirse el “hombre más feliz del mundo”. En 1912, al frente de un regimiento de marines participó en el aplastamiento de una rebelión de veteranos de guerra afrocubanos que reclamaban igualdad de derechos. En 1900 en Pekín, tomó parte de la represión de la revuelta de los boxers. Con 19 años, entró con otros marines y tropas francesas, británicas y alemanas en la Ciudad Prohibida, que saquearon e incendiaron.

En Haití, Butler ejerció como ministro del Interior. En Nicaragua ayudó a crear y entrenar a la Guardia Nacional que la dinastía Somoza utilizó para gobernar a lo largo de tres generaciones. En Panamá, en 1904 presenció la secesión de la hasta entonces provincia colombiana. En 1917, fue condecorado tras su paso por los campos de batalla franceses en la Gran Guerra.

 

Giros del guión

En un giro sorpresivo de su novelesca carrera, tras su retiro como brigadier general, Butler se convirtió en un feroz detractor del neoimperialismo de Washington. En 1932, lideró a veteranos de guerra en Washington DC en protesta por las condiciones en las que habían quedado tras regresar de Europa. La manifestación fue brutalmente reprimida por un destacamento militar que dirigió Douglas McArthur y en el que participaron Dwight Eisenhower y George Patton, por entonces jóvenes oficiales recién salidos de West Point.

La represión se cobró las vidas de tres veteranos. Otros 165 salieron heridos. En 1935, Butler publicó War is a racket un incendiario manifiesto en el que denunciaba que la violencia interna y las guerras en el exterior eran las caras de una misma moneda. “Podría haberle dado alguno que otro consejo a Al Capone, que solo operaba en Chicago. Nosotros lo hacíamos en tres continentes”, escribió. En 1934, denunció ante el Congreso una conspiración financiada por banqueros de Wall Street para organizar un golpe militar contra Franklin D. Roosevelt en el que lo quisieron reclutar y que nunca se llegó a probar.

 

Imperios de facto

Katz se plantea la posibilidad de que Estados Unidos, llevado por la nostalgia, intente resucitar el imperio a escala hemisférica. No le va ser fácil, señala. Tras la guerra de 1898, se fundó la Liga Antiimperialista para alertar del intento del gobierno federal de extinguir el “espíritu de 1776” y transformar la República en un imperio de facto.

En 1946, para dar ejemplo a los imperios europeos que no querían renunciar a sus dominios coloniales, Washington reconoció la independencia de Filipinas. En adelante, buscó medios indirectos de control, como el que estableció en la zona del Canal de Panamá, donde estableció un enclave semicolonial en el que los zonians ­entre ellos la familia de John McCain, futuro senador por Arizona y candidato presidencial republicano, ocupaban el vértice de la pirámide pigmentocrática, seguidos de los “semiblancos” criollos panameños y los descendientes de los antillanos –jamaiquinos, barbadenses, haitianos…– que construyeron el canal.

 

Lecciones presentes

El libro de Katz guarda valiosas lecciones para la era de Trump, que no parece ser una anomalía más o menos pasajera. Tras recorrer los grandes espacios abiertos del Oeste norteamericano, Roosevelt escribió que era prioritario que América, Siberia y Australia pasaran de sus originales propietarios –rojos, negros, amarillos…– a las manos de las “razas dominantes”.

En The world after Gaza (2025), Pankaj Mishra sostiene que las luchas anticoloniales de la posguerra fueron libradas expresamente para acabar con la jerarquía racial que preservaban las potencias occidentales, recordando que en la conferencia de París de 1919, Japón trató de acabar con ese orden con una cláusula de igualdad racial que el Tratado de Versalles rechazó.

 

«En agosto de 1897, como su vicepresidente, Roosevelt recomendó a McKinley declarar la guerra a España como única solución al problema cubano y acabar con políticas reminiscentes a los “peores días de Alva y Torquemada”»

 

En esos años se popularizó el llamado racismo científico, que alentaron, entre otras celebridades,  Alexander Graham Bell, Henry Ford y Charles Eliot, presidente de la Universidad de Harvard. The passing of the great race (1916) de Madison Grant, amigo personal y aliado político de Roosevelt, fue uno de los libros de cabecera de Hitler, Himmler y otros líderes nazis que elogiaban sus teorías raciales.

En agosto de 1897, como su vicepresidente, Roosevelt recomendó a McKinley declarar la guerra a España como única solución al problema cubano y acabar con políticas reminiscentes a los “peores días de Alva y Torquemada”. Su intervención en la guerra al frente de los Rough Riders, catapultó su carrera política, primero como gobernador de Nueva York y luego como sucesor de McKinley a los 45 años.

En 1905, ganó el premio Nobel de la Paz por su mediación entre Rusia y Japón. En Panamá, cuando la conspiración instigada por él y Morgan triunfó y se declaró la independencia en noviembre de 1903, varios buques de la US Navy ya navegaban frente a las costas del istmo. Unas semanas después se firmó en la Casa Blanca el acuerdo que entregó el Canal a perpetuidad a EEUU. Ante una multitud en San Francisco, Roosevelt  dijo que sus acciones fueron a favor de Panamá, que se levantó “como un solo hombre”. Ese hombre, señaló con sarcasmo el senador por Tennessee, Edward Carmack, “fue Teddy”.