El mundo post-occidental
Gideon Rachman, el comentarista-jefe de política internacional de Financial Times, se ha atrevido a resumir el año geopolítico en una expresión: “la trampa de Tucídides”. Según Tucídides, historiador de la guerra del Peloponeso, el conflicto que enfrentó a las dos grandes polis de la Grecia clásica se hizo inevitable, en esencia, debido al auge del poder ateniense y el miedo que esto causó en Esparta. Veinticinco siglos después, Graham Allison, profesor de Harvard, acuñó la expresión para respaldar esta hipótesis: la rivalidad entre una potencia establecida y una emergente suele acabar en guerra. Esparta y Atenas. Gran Bretaña y Alemania. ¿Estados Unidos y China?
Si hacemos caso de las palabras del vicepresidente de EEUU, Mike Pence, pronunciadas el 4 de octubre en el Hudson Institute, la colisión es inevitable, pues China ya no esconde su interés en sustituir a EEUU como nueva potencia hegemónica y EEUU, claro, no va a quedarse de brazos cruzados. “América esperaba que la liberalización económica empujase a China hacia una mayor cooperación con nosotros y con el resto del mundo –dijo Pence–. En lugar de esto, China ha elegido la agresión económica, lo que ha envalentonado a sus crecientes fuerzas armadas”.
Y de las palabras a los hechos. La guerra comercial entre Washington y Pekín ya ha causado daños considerables a sus economías, por no hablar de los daños colaterales a la economía global, en un clima de creciente proteccionismo. Pese a la imbricación económica de ambos países –lo que desaconsejaría una mayor escalada– el futuro no se presenta halagüeño. “Demasiados genios han salido de la lámpara” para que las relaciones entre EEUU y China vuelvan al statu quo, apunta Fraser Howie, coautor de Red Capitalism.
No todos, sin embargo, se muestran tan pesimistas. En su día, el padre del Singapur moderno, Lee Kuan Yew, afirmó que la competencia entre China y EEUU era inevitable, pero que el conflicto no tenía por qué serlo. El guante optimista lanzado por el singapurense lo recoge Josep Piqué y lo pasea por El mundo que nos viene, un magnífico ejercicio de análisis geopolítico “desde una ambición descriptiva y divulgativa”, en palabras del propio autor, que en realidad va más allá. En tiempos de transición entre un orden global y otro, dominados por la volatilidad, la impredecibilidad y la incertidumbre, este libro también ejerce de manual de supervivencia (analítica) y, en última instancia, como libro “de parte”. En resumen, estamos ante un libro de análisis, sí, pero también ante un libro político, en el buen sentido.
Síntesis post-occidental
El cambio de orden global ya está en marcha, pero no tiene por qué venir acompañado de conflicto. Esta es la tesis principal de Piqué: nos enfrentamos a un mundo cada vez menos occidental en su centro de gravedad que, en cambio, sigue evolucionando sobre la base de muchos de sus valores distintivos. Y el resultado de tal deriva podría ser “la convergencia entre los valores, ideas y creencias de lo que emerge (y que trae consigo todo su bagaje cultural y moral) y lo que ha sido y sigue siendo”. Es decir, una síntesis; una síntesis post-occidental, suerte de “compromiso transversal entre las tentaciones antiliberales y la enorme potencia de las ideas y los principios que han inspirado un mundo sustentado en los valores del internacionalismo liberal”.
¿Un compromiso entre liberales y antiliberales? En un primer momento, la tesis desconcierta y hasta repele (hablo desde la atalaya europea), pero luego, una vez paladeada con tranquilidad, no solo se antoja como probable, sino en cierto modo inevitable. Y a quien asuste la idea haría bien en imaginar cómo sería su negativo: el conflicto, la guerra; fría o caliente, no importa. En un mundo plagado de armas de destrucción masiva, no podemos obviar el altísimo coste de un enfrentamiento abierto entre potencias nucleares. Se ha encargado de recordárnoslo el propietario de uno de los dos grandes arsenales atómicos, Vladímir Putin, en su tradicional rueda de prensa de balance del año. “Desgraciadamente hay una tendencia a subestimar la posibilidad de una guerra nuclear, y esa tendencia está incluso creciendo”, ha afirmado Putin. Por suerte, la experiencia de las dos guerras mundiales juega a favor de la paz, aunque la mala memoria es una enfermedad todavía por erradicar.
La hipótesis de la síntesis post-occidental deja en el aire (no es el propósito del libro, claro) la posible arquitectura de sus elementos, el peso de lo viejo y de lo nuevo. ¿Un mundo principalmente blando en lo económico y tendente a lo duro en lo político? ¿Hubs, islas de progreso político en mares de iliberalidad? ¿Singapur como modelo? ¿O una China más abierta económica, políticamente? Lo que sí hace Piqué es señalar un camino, una salida amable de esta síntesis post-occidental, que denomina neo-occidental y que tendría en la Unión Europea su modelo. Según Piqué, la UE es la refutación del trilema de Rodrik, que dice que no es posible combinar la globalización, la democracia y la soberanía nacional. “Europa demuestra que se puede estar abierto a la globalización, disfrutar de sistemas plenamente democráticos y no renunciar a la soberanía nacional salvo para proyectarla hacia arriba”.
La propia UE, sin embargo, vive en su seno la lucha entre lo consolidado y lo emergente, entre las fuerzas del mañana y las fuerzas del ayer. Más allá del Brexit, tenemos el Grupo de Visegrado y, quizá más preocupante, las veleidades italianas. Por ello, Piqué se atreve a señalar que de lo que suceda con el proyecto europeo, ahora que el mundo anglosajón se repliega, quizá dependa la configuración de esa síntesis post-occidental y el peso que lo liberal tenga frente a lo antiliberal.
Ojalá te toque vivir tiempos interesantes, reza una antigua maldición china. Geopolíticamente hablando, al menos, no cabe duda de que nos lo estamos pasando bien. Este completo y sugerente libro es prueba de ello.