Hasta bien entrado el siglo XX, las mujeres solo podían optar a puestos administrativos en el ministerio de Asuntos Exteriores de España. Las embajadas contaban, eso sí, con la colaboración (no remunerada y rara vez reconocida) de las esposas de los diplomáticos para el desempeño de diversas funciones oficiales. La primera diplomática española, Margarita Salaverría, ingresó durante la Segunda República y estuvo décadas en un limbo profesional. A partir de los años setenta, las mujeres se fueron incorporando a la carrera diplomática con cuentagotas, pero en igualdad de condiciones. En 1985 se nombró a la primera embajadora, Mercedes Rico. Y en la década de los noventa las mujeres empezaron a representar en torno a un tercio de las nuevas promociones.
Por aquel entonces se entendía que la paridad entre hombres y mujeres era cuestión de tiempo. La jubilación de promociones compuestas casi enteramente por hombres se combinaría con el ingreso de un número creciente de diplomáticas para acabar dando, en su día, un balance de igualdad. La realidad es que, tras un notable incremento inicial, los números se han estancado. Hoy las mujeres constituyen el 25% del conjunto de la carrera diplomática. En la última década, los avances han sido mínimos (2% desde 2010). A este ritmo, se alcanzará la paridad –si acaso– a mediados del siglo XXII.
Ese 25% contrasta con otros cuerpos de la Administración General del Estado español, donde las mujeres han avanzado con más rapidez. Es, además, un porcentaje que no está en consonancia con el creciente interés de las mujeres por las relaciones internacionales, patente en universidades, think tanks, ONG y medios especializados. Sorprenden, sobre todo, los datos de las últimas promociones. En los últimos 10 años, el porcentaje de mujeres que aprobaron las oposiciones de ingreso fue, de media, un 33%. En lo que…