Las muertes maternas son uno de los mejores indicadores de inequidad entre países, pero también de desigualdad económica y social en un mismo Estado. En 2008 murieron 358.000 mujeres en los países en desarrollo. Existen herramientas eficaces para evitar esos fallecimientos.
Las muertes maternas son, seguramente, uno de los mejores indicadores de inequidad entre países, pero también entre niveles económicos o sociales dentro de un mismo Estado, revelando amplias diferencias en el acceso a los sistemas sanitarios, en su funcionamiento y en el grado de prioridad que en la comunidad o en el círculo íntimo se otorga a la salud de las mujeres.
En la actualidad las muertes maternas deberían ser casi inexistentes, como lo son en los países desarrollados. Los riesgos asociados al embarazo, parto y puerperio son bien conocidos, y existen las herramientas necesarias para que ninguno de ellos produzca un desenlace fatal. Lo mismo ocurre con la interrupción del embarazo, cuando ésta se realiza por personal especializado, dentro de una institución sanitaria.
Sin embargo, miles de mujeres siguen muriendo cada día en el mundo, en especial en los países en desarrollo, donde se estima que en 2008 se produjeron 358.000 muertes maternas. A ellas hay que unir, además, un número muchas veces superior –habría que multiplicar al menos por 20– de mujeres cuya salud se ve afectada de por vida debido a las secuelas de una mala práctica obstétrica, tales como la infertilidad o la fístula obstétrica.