Se me pide que escriba un artículo sobre mis experiencias como ex- portador, y debo empezarlo aclarando que no es mi fuerte la redacción y que no suelo expresar mis opiniones en los medios de comunicación. Sin embargo, no puedo negar que mis hermanos José y Vicente y yo mismo tenemos una experiencia quizá corta en el tiempo, treinta años, pero intensa en el volumen y muy diversificada en el espacio y que tal vez al contar nuestras vivencias consigamos animar a otros empresarios a seguir el camino que entonces elegimos y, tal vez, seamos capaces incluso de ayudarles en algún detalle.
Muchas veces, cuando alguien me cuenta que ha visto las porcelanas Lladró en Islandia, en Nueva Zelanda, en Corea o en cualquier otro punto geográfico alejado de Valencia me parece casi un sueño. Un sueño conseguido a partir de una idea clara, de un trabajo en equipo y de una serie de pequeños pero múltiples esfuerzos continuados, a pesar de haber encontrado mil obstáculos en el camino que nos dificultaban el llegar a un objetivo ansiado desde que en 1953 tomamos la decisión de crear nuestra propia fábrica de porcelanas.
Desde mucho antes trabajamos en otras empresas del sector y, por las noches, acudíamos a estudiar pintura y escultura para mejorar unas cualidades incipientes. En el año citado creamos nuestra propia empresa y vivimos los complicados avatares por los que pasa todo pequeño empresa- rio que inicia una actividad con ideas, con esfuerzo, con ilusión, pero sin recursos suficientes.
Elegimos diversas líneas de producto y, al final, una de ellas, las figuras estilizadas de colores pastel, dio de lleno en el gusto del consumidor. Nuestro producto tenía personalidad propia y su precio era el adecuado. Teníamos producto, con todo lo que ello quiere decir de creatividad u originalidad,…