Pocos actos son tan nimios como trazar una línea con un lápiz; y pocos son tan terriblemente consecuentes como hacerlo sobre un mapa. En 1947, los británicos lo hicieron en el vasto subcontinente asiático, creando sobre el mapa dos nuevos países –India y Pakistán– y sobre el terreno un desastre político y humanitario de proporciones inauditas. La historia de la partición de India es la de una potencia occidental desfondada evacuando un territorio de forma apresurada sin atender al caos que sobrevendría.
Los mapas del Imperio británico tienden a llevar a error cuando, mostrando el subcontinente coloreado de rojo por completo, aparentan que el Raj era una colonia unificada. Lo cierto es que la India británica, dominada entre 1765 y 1857 por la Compañía de Indias Orientales y sometida a la Corona desde entonces, estaba formada por más 560 principados gobernados por marajás con los que Gran Bretaña tenía firmadas “alianzas” que le conferían de facto su soberanía. Aún así, los marajás seguían revestidos de su antigua legitimidad y ejercían el poder en sus territorios, solo que tutelados por los británicos. India era, asimismo, un maremágnum de religiones. Las mayoritarias eran el hinduismo (66% de la población, asentada mayoritariamente en el Indostán) y el islam (23% de la población, asentada mayoritariamente en el Punjab, en el noroeste, y Bengala, en el este). Los fieles de otras confesiones minoritarias (sijs, cristianos, zoroastras, budistas) también se contaban por millones en la que era una de las regiones más populosas del mundo.
El movimiento de independencia indio apareció a finales del siglo XIX, cuando se fundó el Congreso Nacional Indio. La participación de casi un millón de indios en el frente de la Primera Guerra Mundial y el auge de ideas como la autodeterminación colonial después de la Paz de Versalles catalizaron el movimiento en los años veinte, pasando a liderarlo Mahatma Gandhi. Al mismo tiempo surgió el partido Liga Musulmana, que abogaba por la segregación del Punjab y Bengala como país islámico, Pakistán. Esta coyuntura forzó a Reino Unido a ir cediendo cada vez más autogobierno, debilitando su propio control sobre la colonia.
«La llamada ‘línea Radcliffe’ dejó millones de hindúes y sijs en Pakistán y de musulmanes en India»
Tras el golpe de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno laborista de Clement Attlee, que había desalojado a Winston Churchill del poder en 1945, decidió dar el paso hacia una rápida y definitiva descolonización. Attlee nombró virrey a lord Mountbatten, encargándole asegurar el traspaso de poder y la independencia de una India unida para el 30 de junio de 1948. Al llegar al Raj en febrero de 1947, Mountbatten se dio cuenta de que mantener la India unida, es decir, sin una partición entre países hindúes y musulmanes, arriesgaba una guerra civil. Rápidamente se puso a trazar un plan de partición que tenía una nueva fecha límite: el 14 de agosto de 1947.
Delimitar la frontera corrió a cargo de sir Cyril Radcliffe, un abogado londinense que nunca había pisado el subcontinente. Le dieron cinco semanas para partir el Raj de modo que quedara una mayoría hindú en India y una mayoría musulmana en Pakistán Occidental y Oriental (más tarde independizado como Bangladesh). Pero en un lugar donde las religiones habían convivido durante siglos, no era fácil trazar una separación clara. Radcliffe resolvió hacerlo distrito a distrito, atendiendo a la mayoría religiosa de cada uno para determinar de qué lado de la frontera caerían. Aquel fue el germen del desastre pues frente a mayorías exiguas de una fe había una minoría casi igual de numerosa de la otra. La llamada “línea Radcliffe” dejó millones de hindúes y sijs en Pakistán y de musulmanes en India, causando que entre 14 y 18 millones de personas tuvieran que abandonar su hogar camino del país de su confesión. Fue una de las mayores y más terribles migraciones forzosas de la historia, saldada con más de un millón de muertos y terribles episodios de violencia, especialmente contra las mujeres.
«En un lugar donde las religiones habían convivido durante siglos, no era fácil trazar una separación clara entre el hinduismo y el islam»
Además por otro punto brotó la guerra: el principado de Cachemira. Según la ley de partición británica, los marajás podrían decidir a qué nuevo país unirse. La mayoría musulmana de Cachemira esperaba unirse a Pakistán, pero el marajá decidió mantenerse independiente. Pakistán pronto apoyó la sedición musulmana en su territorio y el marajá tuvo que pedir apoyo militar a la nueva India, que a cambio exigió la incorporación de Cachemira. Pakistán no lo reconoció, iniciándose en octubre de 1947 la primera de una serie de guerras por la región (1965, 1971, 1999). La frontera entre ambos países en Cachemira, llamada “línea de Control”, se ha convertido a raíz de estos conflictos en una de las más militarizadas y peligrosas del mundo. No obstante, cuando estalla la violencia, ésta no se limita a Cachemira sino que se expande por toda la antigua “línea Radcliffe” y afecta el interior de los propios países. El ciclo de violencia entre India y Pakistán se reanuda cada cierto tiempo. Por si fuera poco, cada país cuenta con un gran arsenal de armas nucleares, lo que convierte su frontera en una auténtica bomba de relojería extremadamente difícil de desactivar.