Donald Trump ha inaugurado su segundo mandato de una forma inaudita: invocando la idea del destino manifiesto para expandir el territorio, la soberanía y la seguridad de Estados Unidos. En su punto de mira ha colocado al canal de Panamá, que quiere recuperar; a Canadá, que ha sugerido anexionar como “Estado de la Unión número 51”; y a Groenlandia, la gélida isla del Ártico propiedad del reino de Dinamarca. El anuncio de sus intenciones (y la amenaza de llevarlas a cabo por cualquier medio, sin descartar ni la coerción militar ni la económica) no solo ha sacudido a Dinamarca, cuya primera ministra ha realizado una intensa gira diplomática para recabar apoyo de otras potencias de la Unión Europea y la OTAN, sino que ha puesto el foco de la atención pública en este vasto territorio ártico de historia ignorada y de potencial importancia geoestratégica.
Con más de dos millones de kilómetros cuadrados de superficie, Groenlandia es la isla más grande del planeta, si bien la población se concentra especialmente en la zona sureste, dado que el resto está casi permanentemente cubierto de hielo. Colonizada por los noruegos a finales del siglo X, se le dio el nombre de “Groenlandia” (tierra verde en nórdico primitivo) para atraer a los colonos. No obstante, la impenetrabilidad del hielo la dejó prácticamente despoblada hasta el siglo XVII, cuando se produjo la segunda ola de colonización a cargo del reino de Noruega-Dinamarca.
Tras las guerras napoleónicas, las coronas de Noruega y Dinamarca se separaron tras casi trescientos años de unión, quedándose esta última con las colonias atlánticas: Islandia, Feroe y Groenlandia. Durante el resto del siglo XIX, Dinamarca recolonizó la isla y estableció un monopolio sobre las pesquerías y el comercio de pieles. En 1900, la población isleña ascendía a 14.000 en las zonas meridionales. Las aspiraciones políticas de autodeterminación eran, no obstante, escasas.
«En 1946, EEUU ofreció 100 millones de dólares por la isla. Dinamarca se negó y un tratado bilateral en 1951 estableció la base de Pittufik»
La importancia estratégica de Groenlandia se incrementó drásticamente y de forma repentina en la primavera de 1940, cuando la Alemania nazi invadió y ocupó el territorio continental de Dinamarca estableciendo un gobierno títere.
Entre los Aliados cundió el temor a que Hitler se hiciera con las colonias danesas, en particular con Groenlandia, que eran claves en la batalla naval del Atlántico al albergar bases navales y estaciones meteorológicas. De forma inmediata, Reino Unido ocupó Islandia, que luego cedió a Estados Unidos en 1941, y las islas Feroe, donde estableció una base área.
El caso de Groenlandia fue distinto. Henrik Kauffman, embajador danés en Washington, se irguió en representante legítimo del rey de Dinamarca y, en rebeldía contra el gobierno pro-nazi de Copenhague, firmó motu proprio un documento en el que autorizaba a Estados Unidos a defender la colonia danesa de la invasión alemana. El gobierno danés no reconoció este movimiento y destituyó a Kauffman de su embajada, pero éste desconoció la orden a sabiendas de que contaba además con el apoyo y aplauso de gran parte del cuerpo diplomático danés destinado en el exterior. Estados Unidos ocupó Groenlandia en 1941, estableciendo catorce bases militares en su costa y garantizando los suministros a la población. En aquel tiempo, Groenlandia se comportó prácticamente como una nación autónoma por primera vez en su historia.
Empezada la Guerra Fría, Estados Unidos no abandonó sus bases. La isla continuaba teniendo gran importancia estratégica en el control del paso entre los océanos Glacial Ártico y Atlántico por donde podía transitar la Armada soviética, y en la monitorización del posible lanzamiento de misiles balísticos a través del polo.
«En contra de lo que esgrimió Donald Trump para reforzar sus aspiraciones, el 85% de la población rechaza ser parte de EEUU»
De hecho, en 1946 Estados Unidos ofreció 100 millones de dólares por la isla. Ante la negativa de Dinamarca, un tratado bilateral en 1951 hizo permanente la base americana en Pittufik (entonces llamada Thule).
Aquella base sería fuente de fricción entre ambos países, no solo por el desplazamiento forzoso de comunidades locales para construirla, sino por el accidente en enero de 1968 de un bombardero que transportaba cuatro bombas termonucleares. La zona quedó gravemente contaminada y una de las bombas todavía no se ha localizado.
El escándalo fue mayúsculo puesto que la legislación danesa de 1957 prohibía la presencia de armas nucleares en su territorio en tiempos de paz. En 1995 una comisión de investigación parlamentaria reveló que, en efecto, el gobierno danés había consentido reiteradamente la presencia de armas nucleares americanas en la isla. A día de hoy, la presencia militar de Estados Unidos en Pittufik continúa.
A pesar de que Groenlandia goza de un estatus de autonomía desde 1953, alrededor del 67% de la población aspira a la independencia. Es una región con pocos recursos, dependiente y deprimida social y económicamente, con una altísima tasa de alcoholismo y suicidio, especialmente entre la juventud. No obstante, eso no significa que los groenlandeses quieran ser americanos. En contra de lo que esgrimió Donald Trump para reforzar sus aspiraciones, el 85% de la población rechaza ser parte de Estados Unidos. Sin embargo, la creciente rivalidad en el Ártico contra China y Rusia invita a pensar que Trump insistirá en lograr una mayor presencia americana en la isla.