Entre las grandes rutas marítimas que hacen posible la globalización existen una serie de corredores conocidos como choke points, o puntos de estrangulamiento, que resultan trascendentales para el comercio, la seguridad alimentaria o la geoestrategia en todas sus dimensiones. En esa lista se incluye el estrecho de Ormuz (tan relevante para Irán y el transporte de hidrocarburos); el estrecho de Bab al-Mandeb (amenazada entrada al Mar Rojo); los estrechos del Bósforo y Dardanelos (fundamentales para Turquía pero también para Rusia y Ucrania); el estrecho de Gibraltar (relativamente seguro en comparación con el resto); la geografía inventada de los canales de Suez y Panamá, y las nuevas rutas por el Ártico abiertas por el cambio climático.
Josep Piqué, nuestro recordado editor, decía que para entender el mundo “hay que leer Historia y mirar los mapas”. Y a su juicio, de todos estos pasos de las Termópilas, el más importante era el estrecho de Malaca. Un pasillo marítimo de aproximadamente 930 kilómetros de longitud, y una anchura entre 38 y 393 kilómetros, ubicado entre Malasia y la isla indonesia de Sumatra. Sus concurridas aguas, jalonadas por los grandes puertos de Melaka y Singapur, son transitadas por más de 150 cargueros al día.
De hecho, es el estrecho internacional con mayor tráfico del mundo en virtud de dos factores de enorme relevancia. Es un paso que resulta fundamental tanto para las exportaciones comerciales de China como para las importaciones para Asia de gas y petróleo del Golfo Pérsico, además de minerales y metales procedentes de África. De acuerdo a las estadísticas de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), más de la mitad del comercio marítimo internacional pasa anualmente por el estrecho de Malaca.
El tamaño máximo permitido para hacer la travesía de este estrecho se denomina Malaccamax. Con una media de 25 metros de profundidad, el estrecho no permite que algunos de los más grandes buques (en este caso la mayoría de los superpetroleros) lo utilicen. En el canal de Phillips, cerca de Singapur, esta ruta tan importante se reduce a una anchura de tan solo 2,8 kilómetros, formando uno de los principales puntos de estrangulamiento de tráfico marítimo mundial.
Varios países que dependen mucho de estos mencionados choke points optan por ignorar sus vulnerabilidades. Sin embargo, la República Popular China es muy consciente de que su talón de Aquiles radica en el estrecho de Malaca. Por eso, el régimen de Xi Jinping lleva tiempo invirtiendo en infraestructuras alternativas y en diversificar sus rutas de suministro para superar esta debilidad. Está librando un complicado y forzado pulso con sus vecinos en el mar de China Meridional, empleando métodos de drenaje y de reclamación de tierras para transformar en islas una serie de arrecifes y atolones bajo disputa internacional.
Ante la asertiva agresividad ejercida por China para asegurarse su acceso a este cuello de botella tan vital para sus intereses, se puede decir que todos los Estados a lo largo del estrecho de Malaca, incluso los situados en un radio próximo, se sienten más o menos intimidados ante la perspectiva de verse sometidos a la geopolítica del gigante asiático. La mayoría de estos países mantienen contenciosos por las ambiciones de Pekín de reclamar para sí casi todo el mar de la China Meridional y todas las potenciales fuentes de suministro energético en el subsuelo.
Desde hace muchos años –“cuando Estados Unidos era percibido como la única superpotencia, Rusia estaba en situación de extrema debilidad, después del colapso de la Unión Soviética, y China estaba aún muy lejos de ser la segunda, o la primera si medimos su PIB en términos de paridad de poder adquisitivo, economía del mundo”– Josep Piqué defendía que el centro de gravedad del planeta en el presente siglo XXI iba a estar en torno al estrecho de Malaca.
«Josep Piqué anticipó que el estrecho de Malaca era el área más estratégica del planeta y su centro de gravedad»
La importancia que Piqué otorgaba a esta conexión entre el Índico, por el golfo de Bengala, y el Océano Pacífico, por el mar de la China del Sur, se ha visto confirmada por la profunda transformación experimentada por China en las últimas décadas. A su juicio, China, en contra de su milenaria historia, ha decidido no ser una potencia terrestre, sino que ha asumido que su condición de potencia global exige desarrollar capacidades militares en el mar y el aire, en el espacio y el ciberespacio. Debe también proyectar influencia más allá de su entorno tomando posiciones estratégicas (en las que el desarrollo de infraestructuras de transporte juega un papel esencial) en el resto de Asia, en África, en América Latina e incluso, cada vez más, en Europa.
Dentro del pulso por el estrecho de Malaca, y las aspiraciones de China de convertirse en la potencia dominante tanto en el Océano Índico como en el Pacífico, entra en escena la llamada trampa de Tucídides que anticipa una eventual confrontación con Estados Unidos. Diplomáticamente, China hace todo lo posible por alejar a las naciones del Sudeste Asiático de la órbita de Washington con una mezcla de castigos y premios. La intimidación hace que muchos busquen protección en su aliado americano, cada vez con mayores problemas para ejercer influencia y disuasión en el mundo.
Por todo ello, Piqué argumentaba que “existen ya pocas dudas respecto a que el entorno del estrecho de Malaca es el área más estratégica del planeta y que se ha convertido en el auténtico centro de gravedad del mismo”. Al mismo tiempo que lanzaba una clara advertencia sobre el futuro de ese tablero geopolítico: “Está por ver si, además de campo de juego, será también campo de batalla. Los intereses respectivos tienen más de contradicción que de complementariedad. Se necesitarán grandes dosis de prudencia y de responsabilidad, si no se quiere iniciar un camino de retorno muy incierto y peligroso para la estabilidad mundial”.