AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 64

Protesta contra el presidente Kais Saied en la capital (Túnez, 18 de septiembre de 2021. GETTY

Mirar hacia otro lado

La realidad es que Oriente Medio es cada vez menos Oriente y más Asia Occidental.
Editorial
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La retirada estadounidense de Afganistán ha marcado para muchos el fin de una era, la de la “pax americana”, la del intervencionismo estadounidense. Más allá de los debates en torno a las consecuencias del regreso al poder de los talibanes, la realidad es que Oriente Medio es cada vez menos Oriente y más Asia Occidental. Aunque parezca una cuestión meramente terminológica, esta tendencia a una nueva denominación de la región que, tradicionalmente, más ha centrifugado intereses europeos y estadounidenses refleja una deriva, una “asianización” del antiguo Oriente Medio.

Ante el vacío que deja Estados Unidos en Afganistán –y el que dejará cuando decida retirarse totalmente de Irak o de Siria–, otros actores globales aprovechan la ventana de oportunidad que se les presenta. China emerge como una alternativa pragmática, resuelta y bienvenida para aquellos regímenes poco dados a la democratización.

Rusia, por su parte, juega sus cartas en varias mesas, siendo la apuesta de su vecindario inmediato –Ucrania, por ejemplo– más clara que la de los confines del Mediterráneo, donde ya se ha asegurado cierta posición con su baza siria. Bashar al Assad está empezando a ser “normalizado” entre sus vecinos árabes, porque de algún mal hay que morir y el régimen sirio parece el menor de todos ellos a ojos del pragmatismo regional y occidental –especialmente cuando los sectores democráticos del país han sido exterminados o forzados al exilio. China, Rusia e Irán han ganado la partida siria, y Estados Unidos y Europa no asienten, pero consienten una realidad política que si bien les incomoda, no han logrado evitar.

Es precisamente Irán la clave por donde pasa el futuro de Oriente Medio. En Siria, en Yemen y también en Irak, que cae cada vez más del lado iraní. Así lo demostraron los resultados de las últimas elecciones con la posición de fuerza de Muqtada al Sadr, a pesar del hastío que demuestra la población iraquí ante tanto dominio exterior, primero de Estados Unidos y luego, desde la sombra, de Irán.

Por otra parte, la tímida distensión con Arabia Saudí, que a su vez distiende con Catar, refleja un cierto replanteamiento, o como mínimo una détente, de la estrategia agresiva del eje saudí-emiratí. Irán es la contraparte a la que no se ha logrado vencer desde los despachos de Riad y Abu Dabi, que a su vez inicia un reencuentro con Turquía. Veremos si esa incipiente reconciliación tiene efectos positivos en otros terrenos como Libia, donde ambos países han jugado en campos contrarios.

Está por ver qué nos deparan las conversaciones entre el P4+1 (y Estados Unidos desde el otro lado de la calle), respecto al acuerdo nuclear con Irán, el JCPOA. Las expectativas son bajas, especialmente ante el liderazgo iraní de Ebrahim Raisi, que capitalizó políticamente el descarrilamiento del acuerdo con la retirada estadounidense decidida por Donald Trump. Irán está en el centro de la ecuación, y mucho de lo que se juega en el Mediterráneo hoy acabará pasando, en un momento u otro, por Teherán.

Mientras, desde Europa seguimos mirando hacia otro lado, no solo porque Oriente Medio se aleja inexorablemente hacia Asia, sino porque hemos perdido capacidad de influencia, o interés por tenerla. El ejemplo más paradigmático es Túnez. La que ha sido en la última década la esperanza democrática en la orilla sur, ha sufrido este último año un revés peligroso. El golpe del presidente Kais Said pone en riesgo el proceso de transición tunecino, y la incertidumbre política se suma a la grave crisis económica y sanitaria que ha sufrido el país. Y es que la pandemia no ha perdonado a nadie, y menos a los Estados más débiles.

Las realidades biopolíticas se imponen con nuevas variantes y picos de contagio. Según la Organización Mundial de la Salud, el G7 solo ha donado un 15% de las dosis de vacunas prometidas a los países con menos recursos. Es el fruto de la asimetría global de la vacunación. Para no desfallecer, habrá que pensar que quizás en 2022 algunos de los actores regionales continuarán el proceso de desescalada y, en un acto de responsabilidad, las potencias globales decidirán no mirar hacia otro lado.